AL CABO DE UNOS AÑOS...

Y al cabo de unos años, más o menos,
tras una buena dosis
de aventura y desengaño,
volvemos a encontrarnos cara a cara,
porque queremos y aún soñamos,
con el Maestro que nos miró con cariño
aunque no seguimos su camino.

Y es que sus cuatro palabras
tan claras, suaves e imperativas
-ve, vende, da, sígueme-
se nos quedaron tatuadas en el alma
y no hemos podido borrarlas,
a pesar de sumergirnos en otras ofertas y baños,
después de tantas etapas vividas.

Volvemos, nos acercamos, soñamos.
Y el Maestro, que no acostumbra a cambiar,
nos mira con viva esperanza,
y nos presenta nuevamente su alternativa
a contrapelo de la cultura que se estila:
vender, dar, no almacenar, vaciarse...
y seguirle olvidándose de ser héroes.

Tantas heridas y marcas portamos ya
que, aunque sea a regañadientes,
le damos crédito y le aceptamos.
Y, al fin, empezamos a vivir la vejez,
a pesar de las pérdidas y disminuciones,
como un camino de vida plena,
confiando a fondo perdido en su propuesta.

Y es que, según la sabiduría evangélica,
Él no nos salvó por su poderío y fuerza
sino por su vaciamiento y pobreza.
Por eso, en este momento de  decrecimiento
le dejamos a Él el volante y la brújula,
el mapa de carreteras y las preguntas,
para ver cumplido nuestro sueño y su promesa.

Hoy, Señor, nos fiamos
y no oponemos resistencia.

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