Homilía 20 domingo TO_C
Siempre nos incomoda este texto. Nos resulta, como poco, difícil de comprender. Quien propone la comunión y la fraternidad en el amor como horizonte nos dice que hay que pasar por la división y el enfrentamiento. Lo podemos entender si pensamos que Jesús no nos trae la violencia, pero que donde hay injusticia y violencia, donde hay relaciones deshumanizadas, relaciones de opresión y dominación, donde hay conformismo y resignación pasiva con el presente, donde surgen resistencias a acoger la novedad del evangelio, hay una violencia y una división que exigen una profunda transformación, aunque incomode.
Nuestro mundo es un mundo dividido, enfrentado, polarizado, decimos ahora; sometido a particulares e inconfesables intereses egoístas, que incapacitan para apelar a un proyecto común. Esa división no es humana. Frente a ella, Jesús nos propone otra división, otra oposición, otro enfrentamiento que construye paradójicamente la unidad perdida, porque prioriza el Reino de Dios.
Las resistencias que ponemos al Reino de Dios, las resistencias que ponemos a nuestra conversión al Reino, solo se vencen haciéndonos violencia, enfrentando cara a cara las tendencias deshumanizadoras que nos mueven y mueven nuestro mundo, desenmascarando los ídolos y las idolatrías que siguen exigiendo sacrificios humanos.
Jesús nos habla de incendios interiores, de antorchas que propagan fuegos personales, de distancias vitales entre personas cercanas, de incomprensión entre personas llamadas a entenderse, de guerras dentro de ambientes propios de la paz, de diferencias entre quienes deben construir un proyecto común.
Seguir a Jesús no es una opción cómoda. Para poder acoger el mensaje del reino es necesario vivir una profunda experiencia de conversión personal y social. Hay cristianos que siguen soñando con un mundo idílico en el que van de la mano opresores conscientes y oprimidos sin esperanza, vividores empedernidos y víctimas inocentes. Pero ese no es el mensaje de Jesús. El evangelio de Jesús no soporta una versión edulcorada y bucólica que se somete al control de las tendencias de cada momento. El mensaje de Jesús no busca quedar bien, o hacer juego con el mobiliario.
Su mensaje pone a todos en tensión porque nos pone en el disparadero de la opción vital más radical, porque nos anuncia un cambio sustancial de la situación. La paz que Jesús anuncia implica justicia y la radical defensa de los derechos de los empobrecidos. Proclamar esa paz encuentra siempre la oposición de quienes se benefician de manera egoísta de un orden social profundamente inhumano e injusto, porque rechaza frontalmente la fraternidad y nuestra condición de hijos e hijas de Dios.
La paz solo puede ser fruto del amor, resultado de la comunión fraterna, que elimina las causas profundas de la desigualdad, la injusticia, la pobreza, la deshumanización. Por eso seguir a Jesús requiere ir hasta la raíz de las causas de la injusticia.
El reino de Dios no viene sin oposición. Si fuera solo algo privado, o solo cuestión de ideas, quizá. Pero el reino de Dios tiene que ver con las estructuras injustas de esta sociedad, con el pecado personal, y también con los pecados estructurales de nuestra sociedad, con las
injustas estructuras de opresión sobre las que hemos construido esta deshumanidad. Por eso anunciar y vivir el reino de Dios provoca conflicto y división. Cuanto más se oponga la realidad a la vida y la dignidad humanas, más nítidamente, con más contundencia radical se nos mostrará el reino de Dios que nos convoca a la misión. El reino de la compasión y la misericordia se presentará ante la injusticia como intolerante, indignado, airado. La verdad y la justicia se abren camino en medio de la mentira y la explotación.
El amor, el perdón y el servicio rompen cualquier forma de compromiso con la violencia, el odio y la corrupción.
En medio de los conflictos por los que transcurre mi vida de discípulo, ¿cómo ir integrando esa violencia evangélica? ¿Cómo ir creciendo en fidelidad al reino de Dios que hemos de ir viviendo?
Comentarios
Publicar un comentario