Elogio de la amistad

Hoy hemos vuelto a encontrarnos, venticinco años después de haber terminado la carrera y, aunque venimos viéndonos con una regularidad anual, esta cita tenía un sabor distinto y especial. Ha sido un encuentro bajo la cifra talisman de las bodas de plata. Quizá no pensábamos que llegaríamos, quizá que lo haríamos en distintas condiciones a las que nos encontramos en verdad. Lo que quizá no imagináramos treinta o venticinco años atrás entre las aulas de la Facultad de Derecho de la Universidad de Sevilla, es que después de más de un cuarto de siglo, el encontrarnos nos siguiera provocando la sonrisa, y sentimos que hay lazos fuertes de amistad entre nosotros, aunque muchos nos veamos solo de año en año. Compartimos hoy lo mismo que entonces: la misma vida. Recogemos ahora lo que sembramos entonces. Y en un mundo como el nuestro, en el que las cosas se cambian por otras nuevas antes que pensar en arreglarlas si se estropean, esta experiencia de la amistad y del encuentro no deja de ser un regalo de Dios que nos invita a vivir en la esperanza. Hemos llegado hasta aquí y la vida no ha logrado separarnos del todo; es más: cada uno conservamos algo de los demás, algo que recibimos entonces y hemos guardado con cariño porque nos ha hecho vivir su presencia. Algo de él o de ella, que también es mío. Como ha dicho África hoy: me da un vuelco el corazón cuando nos vemos.
¡Pues nada, a por otros venticinco!

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