JORNADAS FORMACIÓN VICARÍA SEVILLA 2 (II)

2.- RECUPERAR ESA EXPERIENCIA DESDE LA CONTEMPLACIÓN Y EL SEGUIMIENTO DE JESUCRISTO RESUCITADO.

Esto anterior puede ser común a muchas religiones. La especificidad del Dios cristiano la encontramos en Jesucristo. Por él accedemos a la experiencia de Dios. La experiencia pascual es el paradigma del reconocimiento de esa presencia: Se alegraron los discípulos al ver al Señor. Ese es el modo de encuentro y reconocimiento cristiano de la presencia de Dios. Una experiencia que es principio del seguimiento. La experiencia cristiana del reconocimiento de Dios es el seguimiento, y el seguimiento nace del reconocimiento del Señorío de Jesús y de su dimensión liberadora.
Para acoger al Dios de Jesucristo es necesario seguir a Jesús, vivir su experiencia, practicar su vida, dejarnos amar por su Espíritu. Como dice la Oración a Jesús Obrero: pensar como tú, trabajar contigo, y vivir en Ti.
Y desde Jesús, la experiencia cristiana de Dios es también experiencia de la impotencia y el fracaso. Y muchas veces, como en este tiempo, parece que lo olvidamos.
Esto reclama "personalizar la fe": escuchar la invitación a la fe, enfrentarse con la llamada a la conversión, encontrarse con la presencia del Señor en la propia vida, descubrir el tesoro del Reino, y responder personalmente con la voz de la aceptación, la acogida, la conversión, la sumisión, el gozo, la disponibilidad, el reconocimiento.
Sin esta experiencia originaria, personal, fundante, nada de lo que sigue es posible.

3.- PARA ESO ES FUNDAMENTAL NUESTRA VIDA CREYENTE VIVIDA EN COMUNIÓN.

Ni el acceso a la experiencia del Dios cristiano, ni el encuentro con el mismo Jesucristo son posibles fuera de la Iglesia que nos los comunica. Nuestra fe no es una fe de individuos solitarios y aislados, sino una fe en el Dios Comunión, el Dios Trinitario, que es el Dios de Jesús, y que solo podemos hacer viva en la medida en que esa vida nueva de la Trinidad (la comunión) va tomando forma en nosotros en la experiencia comunitaria, eclesial, de compartir la vida, los bienes y la acción. El testimonio de nuestra fe es inseparable del testimonio de la Iglesia. Tenemos que aprender a sentirnos Iglesia, en esta Iglesia divina y humana, santa y pecadora, porque no tenemos otra. Tenemos que aprender a amar y sentir con la Iglesia, desde una fidelidad crítica. Sin esta conciencia gozosa de pertenencia a la Iglesia, no es posible hoy la existencia de un laicado cristiano.

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