JORNADAS FORMACIÓN VICARÍA SEVILLA 2 (y IV)

7.- TENEMOS QUE RECUPERAR LA DIMENSIÓN PÚBLICA DE NUESTRA FE.

No es lo mismo la presencia pública de la Iglesia que la presencia pública de los cristianos. Aquella es innegable que existe, solo tenemos que coger cada día el periódico, o ver los telediarios, o escuchar la radio; raro es el día que no hay noticias en las que la Iglesia católica es protagonista. Aunque esa presencia no siempre sea una presencia adecuada, o positiva, existe.
Pero, junto a esa presencia más institucional, la presencia de los laicos es también presencia de la Iglesia y, su ausencia, o su invisibilidad tiene serias consecuencias. Si nosotros en cuanto cristianos somos invisibles en nuestros ambientes, porque nos da miedo o vergüenza manifestarnos así, o por la razón que sea, hay una grave infidelidad a nuestra condición de bautizados.

Hay una presencia pública de la Iglesia que solo podemos realizar los cristianos y cristianas bajo nuestra propia y personal responsabilidad, y que llega –en lo positivo y en lo negativo- mucho más hondo que la misma presencia pública institucional, a nuestros vecinos y compañeros de trabajo.

No podemos distinguir, como hoy se hace entre el ámbito público (en el que la fe no debe entrar) y el ámbito privado (en el que todo está permitido). Todo es cuestión pública, personal, y política a un tiempo.

Porque nuestra razón de existir es evangelizar. No nos vale vivir encerrados, calentitos en nuestras comunidades, cantar mucho y bien, celebrar dignamente, orar con unción. Nuestra lámpara no ha sido encendida para dejarla escondida, sino para que alumbre, y nuestra luz ilumine a toda la humanidad. Somos enviados a ser sal, a ser luz, a ser levadura que fermente la vida en toda su trabazón de relaciones. La propuesta de vida que tenemos es para ofrecerla, abiertamente, proféticamente, como anticipo del Reino que esperamos. Y solo podemos ofrecerla desde nuestra vida.

Nuestro mundo, las calles, las plazas, los bloques de vecinos, la parada del autobús, el puesto de trabajo, los lugares de ocio, las relaciones de género, la educación de los hijos, mis ingresos y mis gastos, mi casa, mi tiempo libre, mi uso de la naturaleza, la situación de mi barrio, las condiciones de mi trabajo y del de mis compañeros, no son solo cuestiones personales y privadas; son una cuestión pública, política. Allí donde el ser humano sufre y goza hemos de estar, porque nuestro mundo es el lugar de la presencia de Dios y la mediación ineludible del encuentro de Dios con el hombre.

Desde nuestra fe en Jesucristo hemos de plantear a este mundo otros estilos de vida, otros caminos que recorrer. Tenemos una palabra que decir sobre todo lo que es intrínsecamente humano. Queremos reconstruir desde el evangelio las relaciones primarias y cotidianas, de familia, de compañerismo, de amistad, sabiendo ser alma del mundo, o como dice mi amigo Félix: ser sal, luz, levadura, que es más nuestro. Viviendo la dimensión pública de nuestra fe sin separaciones ni yuxtaposiciones, haciendo seña de identidad personal de nuestro interés por lo público, haciéndonos cargo del bien común, desde la opción por los empobrecidos, siendo ciudadanos cristianos que participamos en las mediaciones seculares de nuestra sociedad.
Una identidad cristiana que nos lleva a ser exigentes frente a una ciudadanía adormecida por la propaganda, el consumo y la tele-realidad.
Hemos de tomarnos en serio el mundo, porque dice Yves Congar que si no nos tomamos en serio el mundo, tampoco el laicado.

El mundo no es solo el lugar de los laicos, sino el lugar de toda la Iglesia, porque el centro de nuestra identidad cristiana –la de todos- por el bautismo, es la llamada de Cristo al seguimiento evangélico para anunciar y construir el reinado de Dios en medio del mundo, y nuestra Iglesia es comunidad cristiana dotada por el Espíritu de carismas y ministerios ordenado y laicales, para el ejercicio de esta misión de ser sacramento de salvación en el mundo.

El problema no es sólo que no haya presencia pública suficiente de los cristianos en nuestros propios ambientes, o que esta sea insignificante para nuestra sociedad, sino que, muchas veces, también es invisible, inapreciada, minusvalorada por la misma Iglesia.
Pero, sin duda, es que si no existe esa presencia laical, cercana a la vida, individual o asociada, que desde la práxis transformadora identifique su acción con la experiencia del Dios de Jesucristo en su vida, es prácticamente imposible que nuestra sociedad llegue a identificar el cristianismo con algo que no sea lo que los profesionales de la religión dicen y hacen.

8. ES NECESARIO PARA ESTA PRESENCIA, UN LAICADO ASOCIADO.


Esta clave está necesariamente unida a la de la formación, en el sentido que he expuesto, porque uno de los objetivos del asociacionismo laical es, precisamente, esa formación. La misma experiencia de participar en un movimiento laical ya es, de por sí, formativa, y evita que la formación se quede en algo meramente teórico o doctrinal que, al final, no provoca la transformación de la vida.
La experiencia innegable, aunque no siempre en nuestra Iglesia se haya sabido vivir con gratitud la existencia del asociacionismo de los laicos, nos dice que muchos Movimientos –en mi experiencia los Movimientos Apostólicos Especializados de la Acción Católica, de modo fundamental- ayudan:

a una mejor adhesión personal a Cristo y a la Iglesia
a una formación más integral, desde la vida, como ya he dicho.
a la creatividad evangelizadora que requiere estar en medio del mundo.
a desarrollar una conciencia política, en correspondencia con las implicaciones políticas de la fe.
al compromiso social y político (a la presencia laical que antes apuntaba)
a la misma presencia eclesial
a superar el estancamiento de muchas parroquias.


9. TENEMOS QUE APRENDER A VIVIR NUESTRA FE EN UN MUNDO PLURAL.

Estad alegres, os lo repito, estad siempre alegres.

No somos los únicos que ofertamos a nuestro mundo parecidas propuestas. Pero hemos de aprender a descubrir la dimensión sagrada de la historia humana. Es en ella donde Dios se encarna en Jesús; es en ella donde nosotros estamos llamados a hacer actualmente posible la encarnación de Dios. Por eso estamos evangélicamente llamados a encontrarnos con todos los hombres y mujeres de buena voluntad con los que podemos hacer avanzar esta historia humana hacia su plenitud.
Estamos llamados a vivir de nuevo, la dimensión doméstica de la fe en nuestras familias. Como nos proponía el lema de la Iglesia Diocesana este año: Tu Iglesia una gran familia..., pero tu familia tiene que ser una pequeña Iglesia.
Nuestra identidad cristiana hoy nos lleva a ser signos de paz y reconciliación en nuestro mundo, haciendo presente en él la memoria de los santos y de las víctimas.

Y sobre todo hemos de recuperar la dimensión escatológica de nuestra fe y nuestra esperanza. El Plan de Dios no termina en los diminutos límites de nuestra existencia y de nuestra historia humana. Trasciende la misma vida. La rebasa hasta el infinito.

Y para terminar, otro pequeño cuento:
Un capellán, cuentan, se aproximo a un herido en medio del fragor de la batalla y le pregunto:
- Quieres que te lea la Biblia?
- Primero dame agua que tengo sed, dijo el herido.
El capellán le convido el ultimo trago de su cantimplora, aunque sabia que no había mas agua
en kilómetros a la redonda.
- ¿ Ahora?, pregunto de nuevo.
- Primero dame de comer, suplico el herido.
El capellán le dio el ultimo mendrugo de pan que atesoraba en su mochila.
- Tengo frío, fue el siguiente clamor, Y el hombre de Dios se despojo de su abrigo de
campaña pese al frío que calaba y cubrió amorosamente al lesionado.
- Ahora si, le dijo al capellán. Habla de ese Dios que te hizo darme tu ultima agua, tu ultimo
mendrugo, y tu único abrigo. Quiero conocerlo en su bondad.


En la crisis, como en la batalla, se espera del Cristiano moderno que predique la Buena Nueva. Pero antes hay que partir, repartir y compartir lo que tenemos, sea mucho o poco, como el brebaje del capellán de la historia. Porque hablar, cualquiera puede...
...Hasta yo mismo. Muchas gracias.

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