JORNADAS FORMACION VICARIA SEVILLA 2 (I)

Como algunos habeis pedido tener la breve ponencia de las Jornadas, a medida que la perfile la iré colgando en el blog. Vaya de momento la introducción y la primera clave.


Me pide el Vicario Episcopal que me haga cargo de esta parte de nuestras Jornadas de formación, yo creo que más pensando en el trabajo que se quita él, que en lo que de valioso puedo yo aportar. Porque estamos en unas jornadas de formación que se llaman "laicado, Iglesia para el mundo", y yo no soy laico, sino sacerdote. Quizá ha tenido en cuenta, él que me conoce, que yo llegué al sacerdocio desde el laicado, desde un laicado consciente, vivido, largo, en los movimientos de Acción Católica, y que cuando uno vive hondamente su propia historia, la hace vocación. Yo desde mi sacerdocio, siempre he estado acompañando laicos que han querido plantearse algo de lo que compone el título de esta charlita: la corresponsabilidad del pueblo de Dios en la vida y en la misión de la Iglesia, y que esta misión fuese una misión para el mundo, porque si nos paramos a pensar un poco, es que no tenemos otra. Y me he dejado acompañar, -aún lo hago- por ellos.
Así que vaya por delante que yo no quiero hablaros desde la teoría, por sana y necesaria que me parezca y respetable que sea, sino desde la historia y desde la vida; la mía personal, y la de muchos laicos que me han aportado su propia experiencia.
Lo que me piden que aporte son las claves desde las que tenemos que dinamizar esa corresponsabilidad y esa misión.

Para enmarcar este rato, os voy a contar un cuento:
Éste es un cuento sobre Gente llamada Todos, Alguien, Cualquiera y Nadie.
Había que hacer un trabajo importante y Todos estaban seguros de que Alguien lo iba a hacer. Cualquiera lo podría haber hecho, pero Nadie lo hizo. Alguien se enojó por esto, porque era el trabajo de Todos. Cada uno pensó que Cualquiera lo podría hacer, pero Nadie se enteró de que Todos no lo iban a hacer. Todos culparon a Alguien, cuando Nadie hizo lo que Cualquiera podía haber hecho.

Si la piedra dijese "una piedra no puede construir una casa", no habría casa. Si la gota dijese "una gota no puede formar un río", no habría océano. Si el grano dijese "un grano no puede sembrar un campo", no habría cosecha. Si el ser humano dijese "un gesto de amor no puede salvar a la humanidad", nunca habría justicia, ni paz, ni dignidad, ni felicidad sobre la tierra.
Pues yo creo que los laicos de nuestras parroquias, de nuestra Vicaría y de nuestra diócesis, nos hemos acabado creyendo que somos esa piedra, esa gota, y ese grano absolutamente pesimistas, desconfiados de sí mismos, y desatinados en la esperanza.

Y seguro que nos han dado motivos a lo largo de muchos años para creernos que aunque el trabajo fuera importante, "todos podíamos estar seguros de que alguien lo iba a hacer" pero esos no éramos precisamente nosotros. Yo pienso que, si esas pretendidas razones han anidado en nuestro espíritu obedece más bien a otras causas más internas. Sin descartar que el malestar religioso de nuestra cultura, y el invierno eclesial que vamos viviendo, parece que pueden hacer mella en nuestro espíritu, yo creo que hay una causa más profunda. O dicho de otra manera, las causas fundamentales de cómo nos sentimos ante esta situación no son la situación misma, sino los elementos que tenemos –o que no tenemos- para hacerle frente.
Dicho en positivo, creo que tenemos que recuperar unas claves fundamentales de la experiencia cristiana de todos los tiempos para poder instalarnos de nuevo en la Vida Nueva que nos da Dios Padre por Jesucristo en el Espíritu.
Como la intención es situarnos para el trabajo de los talleres, yo me voy a limitar a señalarlas y decir algo de ellas, simplemente, puesto que todos vosotros las conocéis. Yo me limito a recordarlas.

1.- RECUPERAR LA EXPERIENCIA DE DIOS, LA CONCIENCIA DE SU PRESENCIA.

El único lugar en que podemos reconstruir hoy un lenguaje con sentido de Dios para nuestro mundo y para nosotros mismos es la experiencia. El primado de la experiencia es un dato de nuestra cultura postmoderna, aunque no sea fácil abrirnos a la experiencia del Misterio de Dios, porque la cultura de este capitalismo de ficción que tenemos está interesada en anestesiar y adormecer las posibilidades de una experiencia que, en definitiva, no puede llevar en último término, sino a la irritación y a la acción de expulsar a los mercaderes del Templo.
Se trata de reconocer una Presencia. Dios está presente en el mundo. Es la presencia constitutiva de la realidad. Solo desde el encuentro con Él, podemos sentir crecer en nosotros el don de la fe y nuestra respuesta agradecida. Y esto solo es posible para quien toma su vida con responsabilidad y hondura.
Reconocer esa presencia nos rehabilita para una nueva mirada creyente de la realidad, y a la vez, sin esta mirada no podemos reconocerlo. Es condición y consecuencia. Solo mirando la vida desde el lugar de Jesús podemos reconocer al Dios de Jesús que nos invita a mirar la realidad con sus mismos ojos

Es la experiencia primera, porque solo recuperando su presencia, podemos reconocer los signos de la misma. Y no podemos pretender vivir en esperanza sin superar el déficit de la experiencia de Dios que hoy vivimos. Desde esta experiencia podremos vivir la confianza, la entrega, la obediencia a su voluntad.
Necesitamos recuperar la dimensión del Misterio, y necesitamos una pedagogía del misterio, una mistagogía. Necesitamos recuperar la dimensión trascendente de nuestra vida.

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