Territorio apache

Las frías noches que han precedido y acompañado la celebración de la Navidad, hacen que uno busque el calor del hogar lo más pronto posible, y salga solo por obligación, porque apetecer, la verdad, no apetece mucho. Por eso me dan pena esos jóvenes expulsados de sus hogares familiares, u obligados a no regresar a ellos hasta altas horas de la madrugada. Estar en la calle las noches que ha helado es una tortura que solo mentes malsanas pueden imponer a la población púber. El egoísmo paterno alcanza unos niveles...
La reflexión viene a cuento, porque grupos de esos jóvenes en tan precaria situación climatológica, no encuentran otro remedio para aliviar los rigores del clima que encender hogueras, cual nativos al raso, alrededor de las cuales pueden ingerir cantidades apropiadas de agua de fuego compartiendo sus tristes relatos.
Entiendo que en su conciencia de apátridas no se paren en mientes a la hora de elegir posada. No está la noche para los quisquillosos. Si no nos quieren en casa, lo mejor es ocupar el primer lugar de la calle que podamos, deben pensar entre tiritonas. La hoguera cuanto más grande, mejor; cuanto más molesta e incivil, mejor; cuanto más inapropiado e inseguro el sitio, mejor (parece que la puerta de mi iglesia reune todas las condiciones que la hacen un lugar idóneo de lamento, reivindicación y protesta).
Por si ustedes no lo saben, mi iglesia no está en medio del campo; no. Está en una amplia avenida, céntrica, de una ciudad considerable e importante, en una plaza pública (por lo menos lo era) y es ( o era, no recuerdo) un lugar de tránsito de personas de diversas edades y condiciones, e incluso de animales de diversas especies.
Ahora, cuando cae la noche, se convierte en territorio apache. La expulsión hogareña que sufren nuestros jóvenes (algunos tremendamente jóvenes) hace que se acumulen en torno al calor afectivo y gregario de la hoguerita y el alcohol.
Sumido en estas reflexiones leo que la ley "antibotellón" va a ser aplicada en Nochevieja por las autoridades municipales con cierta flexibilidad, y me lo creo, porque llevan ensayando varias noches con estas criaturitas. Es decir, usted los llama, y ellos pasan por alto el tema imbuidos del espíritu navideño y solidarios con los sin techo ad tempus.
Se me parte el alma, y creo que hay que hacer más. Está bien que los policías locales no les apaguen las hogueras, con independencia de lo que quemen, aunque sea mobiliario urbano, ni verifiquen la edad de los bebedores, por no molestarles en su pena, pero eso no es suficiente. Yo creo que el ejército debería regresar de las misiones en el extranjero y obligar a sus progenitores a cumplir sus paternales deberes, dándoles el necesario cobijo nocturno, y la frugal colación que su estado de crecimiento requiere. Y si hace falta, apostarse en los portales, para que no los vuelvan a echar a la calle.
Estarían más calentitos, estarían mejor. Y todos estaríamos mejor, pero esto es lo de menos (sería un efecto colateral). ¡Ay! supongo que esto será algo para pedirle a los Reyes Magos (con permiso de los laicistas de guardia).

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