Como en una noria

Así me siento en este día, que comenzó con una visita al Banco por una mala jugada que me hizo el cajero automático el sábado y que, todavía a estas horas, sigue sin solucionar la informática. Nunca he creído en ella como en una panacea de nuestra generación, y día que pasa, me convenzo de que es más humana en sus errores, que los mismos humanos, porque hasta le cuesta reconocerlos.
Para dar intensidad al torbellino la mañana no ha podido ser más insólita. El terremoto que movía sillas y paneles, nos dejaba a muchos una sensación de mareo, como si acabásemos de bajar de la noria o la montaña rusa. Bueno, ha tenido su aquel... Al final el susto y la experiencia, y el mareillo que tarda en irse.
Para terminar de elevar la velocidad del torbellino, un camión enorme (increíblemente enorme) y azul, de matrícula holandesa, ha dado al traste con mis intenciones de aprovechar la tarde trabajando y en una reunión prevista, cuando, sin previo aviso, se me ha llevado por delante en la Glorieta de San Lázaro, a las cinco de la tarde, -hora taurina- unos cuantos metros, hasta que se ha detenido, obligándome a bajar con otro mareo, por la puerta del copiloto, única accesible.
La jornada termina, ya anochecida, en el taller, bajando de la grúa que me saca del apuro, pues el coche por sí solo ya no puede, y teniendo una amable conversación con el agente de mi compañía de seguros y el recepcionista del taller. Se ha terminado el torbellino. Ahora mucha calma. No me queda más remedio que recordar cómo era aquello de ser peatón y coger autobuses...
Y eso que solo estamos a lunes 12, mañana que es martes 13 puede ser de película... ¿Habrá segundo capítulo?

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