Me carga cada vez más la manera prosaica de celebrar estas fiestas de diciembre y enero, entre otras cosas porque con la edad uno se vuelve más frugal, y me resulta imposible digerir la cantidad de comidas "obligadas" que se supone hemos de hacer con profusión pantagruélica de manjares, que nos llevan a repetir menú -comiendo de sobras- semanas y semanas, así que procuro ceñirme a lo esencial: Su contenido religioso, que es lo que yo celebro. Navidad, Santa María - Año Nuevo, Epifanía. No obstante, en esa celebración cabe también la reunión familiar, en Nochebuena, y la que nos congregará el día de Reyes a toda la familia. Son momentos de anclaje de las relaciones familiares que hay que vivir a lo largo de todo el año. Bien es verdad que en mi familia no necesitamos llegar a estas fechas, porque buscamos -con ocasión o sin ella- la forma de reunirnos periódicamente en torno a la mesa y a la larga sobremesa. Estos días traen también la ocasión para el encuentro sereno c...
Lo que más recuerdo del bus era un loquito que se subía a veces y le decía a las jovencitas "palomita, palomita" y cuando miraban les daba una torta en la cara y la gente, en vez de deternerlo o reprenderle, se reía. La pobre a la que le tocaba se bajaba del bus en la siguiente parada asustada y abochornada. El chico en cuestión se había vuelto loco después de tomar droga adulterada. Es triste.
ResponderEliminarTambién me acuerdo de los que te querían robar la cartera y los que se te pegaban y los conductores cabreados y amargados y los que te presionaban para que les dejaras el asiento (aunque no pagaran el autobus y se subieran sólo por aburrimiento).
No recuerdo nada de filosofía o bondad o amabilidad. Lo siento.
Pues no sé si será por mi caracter o por qué, pero yo recuerdo el autobús como algo divertido, y me refiero a cuando tuve que ser una diaria usuaria, entre mis trece y quince años.
ResponderEliminarPara ir al colegio no tenía más remedio que cogerlo cuatro veces al día, pero mis amigas y yo nos lo pasábamos pipa, y todo para ver a los niños del colegio de enfrente que coincidían con nosotras en esos viajes urbanos.
También recuerdo a un señor, que iba con su sombrero, muy elegante, y que se bajaba la dentadura postiza con la lengua para hacernos reir. La verdad es que no era muy agradable, pero al cabo de los años me resulta muy simpático.
Por supuesto teníamos localizados a los que se pegaban demasiado y a las señoras que a base de empujones ocupaban un asiento.
Lo que ocurría cada día, fuese algo novedoso o no, nos servía de ilusión, comentario o divertimento durante el trayecto que íbamos caminando hasta nuestra casa.