Pasotismo general

Con los datos de participación que ofrece la Junta de Andalucía, la abstención en el Referendum del Estatuto alcanza casi un 65 % del censo a estas horas. Al final si las cuentas se mantienen, habrá votado el texto en un sentido o en otro (o en blanco) un 30 y tantos por ciento de los andaluces, de los cuales habrá votado sí un 87 % ( de los votantes, no del censo), y en blanco más de un 3 %.

Y escucharemos a los de turno alegrarse del ejemplo de responsabilidad cívica de los andaluces, que han dado su respaldo al texto estatutario de forma tan aplastante. En matemáticas nunca nos explicaban esta propiedad de los números: los números mienten, mucho, y en el sentido que se quiera. Y si no, pónganse en mi sitio: yo auguré la abstención alta, así que he ganado yo, que he sacado casi un 70 % a favor. Lo que no es mentira es que va a ser difícil convencer al personal de que es suyo un estatuto que obtiene menos de un 30 % de síes de todos los andaluces.

Nuestros políticos o son tontos o se creen que lo somos todos los demás. Yo no sé quién sale ganando, pero sí quién sale perdiendo con esta pantomima: los de siempre, los de a pie, y entre ellos los que estábamos convencidos de que no era en absoluto imprescindible, urgente o necesario embarcarse en una reforma estatutaria que nos va a traer más de lo mismo y que seguirá sin abordar los problemas reales de la gente, solo por no perder el carro de los demás. Porque el problema muchas veces no está en las normas, sino en quienes tienen que desarrollarlas y hacerlas cumplir. El problema no es que el viejo Estatuto estuviese obsoleto. El problema, como tantas vecs, son ustedes y su forma de hacer política. Que la gente pasa de estatuto porque ustedes pasan de la gente. ¿O no se enteran? Que se nota demasidado. Que van a su bola, y no es la mía, ni la de la gente normal que tiene otras cosas en que pensar.

Que no abordan ni arreglan los problemas reales, y que, por si fuera poco, gestionan fatal la marcha del día a día. No escuchan, porque no quieren. Y para poder hacerlo más fácil han convencido al personal de que no tiene nada que decir que merezca la pena ser escuchado.

Nuestros políticos han logrado desencantar de tal manera al personal, que se conforman con mantenerse en el poder, aunque la gente pase. Se conforman con estas ilusiones democráticas, pantomimas decisorias, creyendo y haciéndonos creer que eso es democracia: aburrir al personal para que ni siquiera se tome la molestia de votar.

Pero la culpa es nuestra. Por no haberlos mandado a tomar viento fresco a la primera de cambio, por dejarnos desencantar, por cederles el sitio que, en soberanía, nos corresponde. Y así nos va, y así nos volverá a ir en unos meses si no nos despertamos. Si yo fuera uno de estos políticos, tendría en cuenta que hay un despertador, que son esos más de 60.000 votos en blanco.

¿Y ahora qué? Yo si fuera político, hace una hora que hubiera dimitido por inútil, por innecesario, por no haber sabido realizar la primera de las funciones encomendadas, que no es hacer lo que me dice mi partido -aunque hoy diga blanco y mañana negro-, sino servir, de verdad, al personal. Y, a la vista está, que ninguno ha sabido servir: ni los del sí, ni los del no. Espero sus cartas de dimisión en mi mesa a primera hora de la mañana. Me voy a ver el fútbol.