Salmo del Primero de Mayo

Alabad los primeros de mayo al Señor de los señores.
Alabadle protestas y esperanzas surgidas este día.
Alabadle las manos levantadas con la uve del triunfo,
los puños cerrados contra el mal y las concretas injusticias,
alzados en el viento como árboles humanos de fuerza y de futuro.

Alabadle las bíblicas palomas de Picasso,
todas las palomas de la Tierra que vuelan por los aires de metáforas.
Alabadle las notas festivas y audaces del himno de los pobres.

Alabad al Señor los yunques y martillos,
las simbólicas hoces campesinas,
insistentes cepillos artesanos,
calderas febrecidas de los buques,
las grúas voladoras de los puertos,
los picos insaciables de las minas,
los dóciles buzos del trabajo,
tractores señoriales de los pueblos,
máquinas de toda clase y condición.

Alabad al Señor revistas y periódicos obreros,
alabadle también los pacientes bolígrafos,
que escribís los panfletos y los órdenes del día.

Alabad claveles rojos al Señor de los claveles,
que brotáis sólo un rato en las solapas,
tímidos y acalorados corazones que laten el futuro.
Alabad al Señor diarias casas obreras,
ruidosas del buen vino, de risas y alegría,
o calladas de luto, de miedo, de rabia o de vergüenza, alabad al Señor.

Alabad al Señor creador las fuerzas del trabajo,
los que día a día creáis los mundos venideros
en la terca tarea de esfuerzo y plusvalía,
con interminables horas de trabajo.

Alabad al Señor de las promesas los que hora tras hora
preparáis las nuevas y siempre inalcanzables bienaventuranzas.

Alabad al Señor salvador de los hombres
los millones de héroes anónimos
de la lucha tenaz contra la tierra,
la mina, el material domesticado;
de la lucha ensangrentada tantas veces
contra el amo, la ley, la máquina o el hambre,
el miedo, el esquirol, el sable o la pistola.
Alabad al Señor libertador los que no creéis en el Señor,
ni en Jesús, el Obrero del Padre,
fiel y consecuente hasta la muerte,
los que creéis que todos los dioses están envejecidos,
y arrinconados hace tiempo en los reinos celestiales,
pero creéis fervorosamente
en el uno de mayo, en su culto solemne,
en su luz dominguera, en su aire mañanero de pascua,
en el hondo silencio litúrgico, en el actual y dramático recuerdo,
en el cruce de manos o en el abrazo solidario,
en la enérgica presencia del pasado y del futuro
en medio de la fiesta,
en la nueva e indefinible pasión que llamamos esperanza,
que supera y alarga indefinidamente
nuestra corta y frenética vida colectiva.

Alabad los días del año al Señor de los días, con sus noches;
los primeros de mayo al Señor de las horas,
de la vida y de la muerte.

Alabemos ahora todos al Señor,
y salgamos a la calle con claveles, banderas, recuerdos y esperanza o,
al menos, con los ojos trastornados por la fiesta,
y un desfile marcial de corazones recorriendo,
-sin miedo a la pereza, a la metralla o al cansancio-
las calles patrulladas de la historia

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