¡Cómo llueve!


O cómo llovía esta tarde. Qué impresionante granizada, y que tromba de agua a continuación. De repente la parroquia se ha convertido en una isla a la que solo se podía llegar en barco. Tiene su aquel esto de la lluvia. A mí siempre me ha encantado ver llover. Soy capaz de pasarme las horas muertas viendo y oyendo llover. Creo que hay pocas cosas capaces de serenar tanto mi espíritu como un buen día de lluvia, incluso con esta fuerza incontenible con que ha caído esta tarde. Pero tengo que reconocer un año más -porque el año pasado por estas fechas, quizá unos días antes, cayó otra granizada igual- que estos cambios de temperaturas en apenas dos días, o el calor de esta mañana y la tromba de esta tarde tienen algo de incomprensible y extraño. No es normal. O, mejor dicho, no lo era hace unos pocos años. Quien diga que no hay cambio climático, y quien crea que no es un tema a plantearnos seria y globalmente, no es como el que oye llover; es como el que ni siquiera sabe lo que es llover, y cree que solo es caer agua hacia abajo.

La serenidad del agua ha dejado paso a la preocupación y a la reflexión. ¿Cuanto tardaremos en cargarnos el planeta? ¿cuánto en reaccionar?
De momento que el agua empape la tierra y vuelva al cielo después de hacerla fructificar, aunque creo que hoy ha sido algo más dañina que fructífera.

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