Las comuniones

Esta mañana han tenido lugar las primeras comuniones en mi parroquia. Por parte de los niños y los padres la cosa no ha estado mal. Los niños atentos y centrados y los padres igual, pero los "invitados" son una especie a la que hay que ir alejando progresivamente de estas celebraciones, cada vez con más fuerza. El ruido ha sido ensordecedor durante toda la celebración, y solo se acallaba a base de insistentes peticiones. Y además, de las más de 400 personas que había, tres cuartas partes iban con el propósito de molestar; no así de definido, es verdad. Pero como no tienen ni idea de a lo que van, y como vivimos en una sociedad tan tolerante que el respeto ha dejado de ser un valor, a estas criaturas solo les quedaba el recurso de molestar, para no aburrirse soberanamente en un sitio desconocido y donde se hacía algo igual de desconocido. Y mira que invité a que se fueran a la contigua cervecería antes de comenzar todo. Habré tenido la mala suerte de que me han tocado invitados abstemios.
¿Por qué invitar a estas celebraciones a quienes ni son ni están ni se quedan? Ni son creyentes, ni están a gusto, ni se quedan quietos.
¡Qué gran favor nos haríamos!

Comentarios

  1. Yo también estuve de comunión. Fue lamentable, de los invitados comparto lo que dices pero los padres ni comulgaron. Lo único que espero que no sea la primera y última comunión de los niños. Muy triste. Algunas veces no me extraña la proliferación de lo que han dado en llamar la primeras comuniones civiles.

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  2. Te mando la noticia que me han enviado. NO hago comentarios para no enfadar a nadie

    José María Castillo deja los jesuitas

    Por José Manuel Vidal

    RD

    Sábado, 19 de mayo 2007



    Harto de las presiones y descalificaciones del sector más conservador de la jerarquía, el teólogo jesuita José María Castillo ha pedido, a sus 78 años, dejar la Compañía de Jesús. Una solicitud que se le acaba de conceder, según la comunicación que estos días enviará el provincial de la Bética a todos los jesuitas de la región.

    Castillo, uno de los más importantes teólogos de la Compañía, adscrito a la corriente de la Teología de la Liberación, deja de ser jesuita, según el canon 691. No es una exclaustración ni una secularización, sino una «petición de indulto», para que se le libere de los votos de pobreza y obediencia. Así, el teólogo se convierte jurídicamente en un cura «vago», según el canon 277. Un sacerdote que no depende jurídicamente de ningún obispo, pero que sigue siendo cura, obligado, por tanto, al celibato.

    «Vago, libre y maleante para algunos», dice su amigo y teólogo Luis Alemán. «Castillo quiere recuperar su libertad para poder respirar, porque se asfixiaba. No tanto en la Compañía cuanto en el clima actual de la Iglesia española, en la que se siente perseguido por los obispos y los grupos más conservadores».

    En 1988, Castillo fue castigado por Roma con la retirada de le venia docendi para poder dar clases en la Facultad de Teología de Granada. Pero siguió siendo santo y seña del sector más abierto de la Iglesia, al que ha alimentado con sus libros y sus posturas proféticas públicas.

    Críticas vaticanas

    Según Alemán, «las tres gotas que hicieron desbordar su vaso fueron la reciente admonición vaticana a Jon Sobrino, la negativa jerárquica a que publicase Espiritualidad para insatisfechos en la editorial Sal Terrae de los jesuitas, así como las continuas descalificaciones que recibía desde La linterna de la Iglesia, el programa de información religiosa de la COPE».

    Entre los jesuitas se siente su marcha. «Sentimos que haya decidido separarse de la Compañía», dice la nota del provincial. Y la carta del rector de la Facultad de Teología de Granada le recuerda que en ella «tendrá siempre las puertas abiertas».

    Como dice Alemán, «no se va rebotado contra la Compañía. Se va por higiene mental. Es un nuevo caso Boff. Como él, Castillo se ha visto tan presionado que ha decidido romper con todo por salvaguardar su libertad». ¿Un profeta menos o un profeta mejor?

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  3. De la peripecia del jesuita lo más ofensivo me ha parecido la calificación canónica de su nueva situación. Parece una broma sino fuera tan hiriente para el afectado, supongo. Calificar de "cura vago" a quien se autoexcluye de la "Compañía" manteniendo el estatus sacerdotal (no sé si es correcto el término) parece que invita más bien a romper con todo, con tal de no cargar con el "sambenito".
    El DRAE define así el término vago:
    vago1, ga. (del lat. vacŭus):
    1. adj. Vacío, desocupado.
    2. adj. Dicho de una persona: Sin oficio y mal entretenida. U. t. c. s.
    3. adj. Holgazán, perezoso, poco trabajador. U. t. c. s.
    4. adj. ant. Vacante, vaco.
    5. m. Ar. Solar vacío.

    vago2, ga. (del lat. vagus).
    1. adj. Que anda de una parte a otra, sin detenerse en ningún lugar.
    2. adj. Dicho de una cosa: Que no tiene objeto o fin determinado, sino general y libre en la elección o aplicación.
    3. adj. Impreciso, indeterminado.
    4. adj. Pint. Vaporoso, ligero, indefinido.
    5. m. Anat. nervio vago.

    En fin, vago tiene el mismo origen etimológico que vacío y hasta comparte uno de sus significados. En el fondo no deja de ser una paradoja: ¿para qué quiere la Iglesia un cura que está vacío?
    En fin.

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