Carta pastoral del Obispo de Sigüenza-Guadalajara

No más muertes en el Océano ¡Basta ya!

¡Basta ya! No se me ocurre grito que mejor exprese el sentimiento, mezcla de impotencia, compasión y rabia, que experimento ante las tristes y trágicas noticias, que, no por habituales, dejan de impresionar a toda persona, por mínimos que sean sus sentimientos.
Unos ochenta hermanos africanos perecieron ahogados, la semana pasada, no lejos de las costas canarias, en un solo accidente, por el hundimiento de un cayuco cargado con más de cien personas. El accidente de estas características, con mayor números de víctimas mortales, hasta ahora conocido. No sabemos los que habrán perecido en otros naufragios, sin que nadie haya tenido noticia.

¡Basta ya! Es lo primero que me viene a los labios. Pero ¿a quién se lo puedo decir? ¿Quién o quiénes son los responsables? Porque necesariamente los hay. Claramente no son responsables la mayoría o la práctica totalidad de las víctimas. Ni pueden ser responsables, antes al contrario, son dignos de todo encomio las personas que intervienen en el salvamento y rescate, o los profesionales de la marina y de la pesca que acuden a socorrer a los náufragos, a veces con riesgo propio, o los funcionarios de la seguridad, ni los trabajadores y voluntarios de la Cruz Roja, de Caritas y de otras organizaciones humanitarias, o las parroquias y demás instituciones de la Iglesia, tanto en los países de procedencia como en las diócesis de llegada, que derrochan esfuerzo, profesionalidad y generosidad en los primeros auxilios, en la acogida, en la atención, en el acompañamiento, en el consuelo a los supervivientes y en la oración por los fallecidos.

¡Basta ya! - quiero gritarle con todas mis fuerzas a las mafias de uno u otro pelaje que están beneficiándose de la miseria humana, poniendo en grave riesgo vidas ajenas. ¡Basta ya! - quiero gritarle a los Gobiernos de las naciones implicadas, también al nuestro, que no son capaces de detener esta tragedia humana. No se puede entender que hoy, con los medios de que disponen los países desarrollados de la Unión Europea, empezando por el nuestro, con las posibilidades que ofrecen las relaciones diplomáticas, los poderosos medios de comunicación y de información y las ayudas económicas y de promoción del desarrollo, no sean capaces de contener esta inconcebible pérdida de vidas humanas.

En lugar de "sacar pecho" pavoneándonos de que todo lo hemos hecho bien y atacar a otros, que ciertamente tampoco lo hacen todo bien, ¿no tendríamos que preguntarnos con más humildad, dónde, cómo y cuándo, por comisión, por omisión, por improvisación o por imprevisión, hemos podido fallar y contribuir, como una de las causas, a generar falsas expectativas y provocar una corriente alocada de salida a la desesperada en busca del "paraíso español o europeo", como se provoca en América "el sueño del País del Norte"? Tal vez sea ya demasiado tarde para evitar posibles errores o fallos cometidos en el pasado.

Desde luego y por mucho tiempo, si no sucede un milagro, la principal causa de las migraciones, de las reguladas y de las no reguladas, seguirá siendo el ingente desequilibrio en la distribución de los bienes de la tierra, del trabajo y del desarrollo. Ahí es donde hay que concentrar todos los esfuerzos y medidas.

No se percibe, ni en los Gobiernos, ni en la población de nuestra sociedad del bienestar una voluntad real de dar los pasos necesarios y efectivos en esta dirección. Hay que dejar a salvo, como excepción "las migajas" de la mezquina ayuda al desarrollo y, sobre todo, la ejemplar generosidad de las personas que entregan su vida a servir a los pobres en el mundo subdesarrollado, como los misioneros y otros cooperantes. Pero esto, con ser de gran valor, es totalmente insuficiente para establecer un equilibrio en la distribución de la riqueza, de la renta, del trabajo, de los beneficios y del desarrollo, que haga menos necesaria la corriente migratoria y termine con esta catástrofe en el Océano.

Además de sentir verdadera compasión por las víctimas de estas tragedias, de hacer individualmente cada uno cuanto podamos por mitigar el dolor y el sufrimiento de los supervivientes y de sus familias, de orar por todos ellos y de animar a cuantos trabajan en los servicios relacionados con el fenómeno de las migraciones, hemos de seguir denunciando los desórdenes, caldo de cultivo de las migraciones descontroladas, los abusos con las personas en debilidad y pobreza, los injustos beneficios a costa de los demás… Hemos de seguir haciendo una seria apelación a los responsables de los Gobiernos, de aquí y de allá, para que hagan más de lo que están haciendo, corrijan posibles errores y deficiencias, ataquen el mal en su raíz y mitiguen tanto dolor y tanta muerte.

¡Basta ya!

+ José Sánchez González
Obispo de Sigüenza-Guadalajara

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