La guerra es la guerra



Y en la guerra y el amor, todo vale. Así pues, estoy pensando en cortar los suministros vitales al enemigo, para minar su moral más que nada. Porque no hay derecho a que se aprovechen de las treguas pactadas. Ya es que nadie respeta nada. Un poner: si yo por las mañanas estoy ganando el sustento, no es de buena gente aprovechar esa ausencia forzada para sabotear mis macetas, y menos aún hacerlo con asociación de malhechores, pues no ya uno sino hasta cinco mirlos de distinta edad, sexo y condición han realizado una incursión mañanera, con ánimo provocativo y con la insana intención de llevar el desánimo a mis fuerzas (el servicio de información funciona). Pero arrieritos semos, y si esto sigue así, sin atenerse a las clásicas normas que rigen las contiendas, tendré que recurrir al horrible método de racionar el agua con que por las mañanas lleno el plato que hace las veces de copa y bañera, y vencerlos por sed.

Ahora que lo pienso, cuando no tienen agua, arrecian en sus ataques buscando la humedad escondida de la tierra, así que quizá deba probar otros métodos por si fuese peor el remedio que la enfermedad, y al ir por lana saliese yo trasquilado.

En estas lides quisiera yo ver a San Francisco de Asís. Sin perder ni un ápice de paciencia, claro. En cualquier caso, estamos ya frente a frente. Tendremos que recurrir a una catequesis estival.

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