Y la vida sigue

Hace una semana que las diversas ocupaciones del inicio de un nuevo curso me han tenido alejado de la posibilidad de atender como es debido este espacio. Cuando comienzan las actividades escolares que, queramos o no, marcan el ritmo de nuestra existencia, aquellos espacios de ocio que hemos rescatado durante las vacaciones de verano, vuelven a encontrar serias dificultades por mantener el espacio conquistado, frente al avance de las tareas y quehaceres. Son como las hierbas del jardín, a las que los calores del verano han mantenido a raya -y también mi espinazo y mi azadón- pero que, con las primeras aguas otoñales se han abierto camino con fuerza hasta volver a reclamar los espacios que por naturaleza les pertenecen.
Mi mirlo tiene mucho que ver, al igual que la pareja de tórtolas, o la bandada mañanera de gorriones. Son porteadores de toda clase de semillas. Pero cada año aparecen algunas nuevas y distintas que han recogido en sus travesías estivales.
También el nuevo curso trae plantas nuevas a este jardín del barrio y la parroquia. El barrio cambia sin sentir. Hace un año tan solo, todos los niños de catequesis eran indígenas, nacidos aquí al lado, o como mucho un barrio más allá. La gente que venía a Cáritas solicitando nuestra solidaridad y acompañamiento eran del barrio de toda la vida. Hoy la mayoría de las personas que reclaman solidaridad son inmigrantes. Ecuatorianos sobre todo. Más de la mitad de los niños a los que iniciaremos en el camino de su vida cristiana, son hijos de inmigrantes nacidos aquí; la segunda generación. El único bautizo de este mes de octubre, el de Ainhoa Karina, es también el de la hija de una pareja ecuatoriana que lleva cinco años en España. Ainhoa es sevillana de nacimiento, pero con raíces en Guayaquil.
Toda esta realidad exigirá un esfuerzo adicional. Nos prepararemos para el curso como en otras ocasiones, pero tendremos que abrir el objetivo para captar la novedad de esta realidad que, imperceptiblemente, va transformando el rostro de nuestras calles, nuestras tiendas, nuestros parques, y nuestra parroquia. Tendremos que ayudar a integrarse en esta comunidad y tendremos que aprender a integrar en nuestra vida la suya. Tendremos que abrir, también, los brazos y el corazón.
Y para la novedad que se avecina, nada como el Evangelio de este domingo, que nos invita a que cualifiquemos nuestra fe, a que dejemos que el Espíritu le dé calidad, para seguir anunciando la Buena Noticia, sabiendo, al final, que solo hemos hecho lo que teníamos que hacer.

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