¿Hasta cuando?

No nos acostumbremos nunca a la muerte. Al menos no nos acostumbremos a la muerte de los inocentes, de las víctimas, porque será el fin de todos y de todo. De nuevo la muerte en el mar ha encontrado a cuarenta y siete seres humanos. Y lo peor que podemos hacer es acostumbrarnos, insensibilizarnos, sentir que somos impermeables a la tragedia cotidiana, en forma de cayuco lleno de cadáveres, o en forma de obreros muertos en el tajo. A cualquiera.
Les ha matado aquello de lo que huían: el hambre, el frío, la sed...: la miseria en la que cada día viven tantos hombres y mujeres, tantos niños... Quizá la misma que hubieran encontrado al pisar tierra. Salir del mar no es garantía de salir de la pobreza. Pero seguirán intentándolo mientras desde el primer mundo les vendamos el humo barato de unos sueños inalcanzables para todos. Quizá debiéramos vender menos y devolver más. Sólo abriendo futuro y esperanza en sus propios países podremos acabar con esta tragedia cotidiana. Y eso sí está en nuestras manos, en manos de esta generación.


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