Habrá otro tiempo. Lo habrá

El viernes celebraré una misa de difuntos que me han pedido desde un Centro de Formación Profesional que hay en la feligresía. Es una misa por cuatro alumnos, uno de ellos fallecido este año, y tres en el año anterior, todos de 18 a 20 años aproximadamente. Esta tarde ha venido Enrique, el profesor de quien parte la iniciativa a informarme un poco de las circunstancias de cada uno de los fallecidos, para tenerlo en cuenta en la preparación de la celebración. Uno de los fallecidos es inmigrante, latinoamericano. Los otros tres nacidos aquí. Dos de ellos murieron de un golpe de calor, trabajando en verano en los albañiles. Otro tras una larga y penosa enfemedad cuya etiología no se aclaró del todo, y que parece que tendría que ver algo con alguna enfermedad profesional. El cuarto sufrió otro accidente de trabajo, cuando la cuchilla de una sierra circular se escapó y se le clavó en el pecho mientras trabajaba.
El público que tendré el viernes, aparte algunos profesores y familiares de los chavales, serán sus compañeros de estudios. Quienes se forman para poder trabajar y quienes esperan que el trabajo sea su salud y su vida. Quienes esperan que el trabajo sea un lugar de vida y no de muerte, pero que saben ya, por experiencia cercana, que no siempre es así. Y sin embargo, habrá que hablarles de esperanza, de la esperanza de que las cosas cambien, también por su esfuerzo en hacerlas cambiar.
No solo de que esperen a que las cosas sean mejor, sino que se comprometan a hacerlas mejor; a hacer posible que sean distintas.
Esa es la esperanza que compromete, la que activa nuestro dinamismo más propio de seres humanos.
Yo no sé si estarán para escuchar cosas así, pero... al menos que puedan atisbar otro horizonte tras la precariedad, la siniestralidad, la pobreza a que se ven abocados sin remedio aparente. Y mientras tanto, juntos, oraremos por los muertos en el campo de honor del trabajo, para que descansen en paz.

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