Ni educamos ni instruimos

Esa es la conclusión del Informe PISA en el que volvemos a ocupar con honor los últimos puestos. Todos los medios se hacen eco de nuestro logro, y especialmente del logro de Andalucía: los malos de los peores. Dice algún titular que retrocedemos en educación, pero lo que quiere decir, en realidad, es que retrocedemos en "instrucción", en saberes y conocimientos. Que ya no sabemos ni leer (no saben nuestros niños y jóvenes) porque no saben comprender lo que leen. No es ninguna novedad. No hace falta un informe para eso. Solo hace falta tener contacto con ellos para constatar que estamos creando varias generaciones de analfabetos funcionales.
Lo de retroceder en "educación" es cosa aparte, también constatada y penosa, pero eso ya no es solo un problema de administración educativa o escolar. Es sobre todo un problema familiar y social, porque la familia que era primera instancia educativa ha dejado de serlo. Y la sociedad ha retirado la educación de determinados ámbitos públicos con lo que el vacío enorme no se llena. ¿Quién educa? ¿Quién transmite los mínimos valores educativos que ayuden a integrarse en una sociedad en la que convivir desde el respeto al otro? ¿Quien oferta medios con los que hacer frente a la avalancha de propuestas hedonistas con que se bombardea a los jóvenes? ¿Quien les ofrece criterios para hacer opciones profundas en su vida? La asignatura de educación para la ciudadanía, obviamente no lo hará, y a los hechos me remito.
Y, a los que lo intentamos, ¿quién nos deja hacerlo, o quién nos apoya en esa tarea?
Los padres han abdicado de esa responsabilidad, y los que no lo han hecho acusan la impotencia de su esfuerzo. Las propuestas vitales de la Iglesia son desautorizadas sin más por una sociedad que no acepta límites ni otros criterios más que el de la propia voluntad personal ilimitada. Los educadores se manifiestan incapaces de asumir en solitario esa tarea.
Lo malo no es que no "aprobemos" en los exámenes de calidad. Lo malo está por venir. Lo malo serán los efectos de lo que no estamos dispuestos a atajar, si seguimos ciegos ante esa realidad.

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