Mátense, pero no salpiquen

Los últimos acontecimientos que hemos vivido en mi familia con la muerte de mi madre, y el trajín propio de las fiestas me han tenido apartado de esta tarea más tiempo del deseado y debido, pero aprovechando que he terminado de recoger la casa tras la comida familiar del día de Reyes, vuelvo a los quehaceres.
Trece, contando a Lucía, la benjamina, más dos amigos a tomar café a los postres, hemos compartido mesa y mantel, brindando por la abuela, y recordando (es decir, volviendo a pasar por el corazón) eso de que somos familia. Y eso, cuando uno está acostumbrado a la relativa calma del celibato, y además ha de ejercer de anfitrión, te deja un tanto baldado, por aquello de la falta de costumbre. Cansado pero contento, que decía aquél.
Pues bien, recogida la cocina, vaciado por dos veces el lavavajillas, guardada en su lugar habitual la vajilla de los festejos familiares, la cristalería y la cubertería, y tras recoger envoltorios de regalos, barrer un poco y pasar el mocho por la ruta necesaria, he tomado posesión del sillón, y he abierto este artilugio para resituar las ideas. Ha habido -al margen de mi historia personal- bastantes acontecimientos estos días, aunque de lo que más habla el personal (cierto tipo de personas) es del acto que organizaron en Madrid bastantes -no todos- obispos, y determinados -ni todos ni los más- movimientos eclesiales.
Fundamentalmente hay dos opiniones que conviven: una, que la Iglesia tiene tanto derecho como cualquier otro grupo social o religioso a la presencia pública y a manifestar en ella sus pensamientos y convicciones aunque no sean del agrado de quienes gobiernan, y que en este contexto ha de inscribirse primariamente ese acto. Otra, que hay determinados obispos que hace tiempo que dejaron de hablar de Dios -quien sabe si con Dios- y desde Dios para hacerlo en tonos y formas que nada ayudan a ofertar el Evangelio en esta sociedad plural. Y ambas opiniones se anudan a una inquietud: si los obispos que hablan en público o, mejor dicho, a los que se publica habitualmente lo que dicen -que no es lo mismo, fijense- quizá porque ofrecen regaladamente una imagen parcial de la Iglesia que interesa a quienes les publican, dicen lo que se supone que debieran decir los políticos, y si resulta que -gracias a Dios- no hay políticos que digan lo que debieran decir los obispos ¿quién realiza esa tarea eclesial tan necesaria de alumbrar los caminos por los que transitar desde la vivencia cotidiana de la fe?
En definitiva, la queja que me llega de varias vertientes es la misma: si alguien va a terminar con la Iglesia, no será desde fuera de ella, sino desde quienes tienen tantos pájaros en la cabeza, como uno mismo, pero están convencidos de que las tales aves son el Espíritu Santo. En román paladino: qué flaco favor hacen al Evangelio y a la Iglesia quienes siguen pensando en clave de cristiandad y nacionalcatolicismo o desde los fantasmas totalitarios del materialismo histórico y solo saben dialogar desde la confrontación que desacredita al interlocutor antes de comenzar a hablar. Qué flaco favor quienes desconocen el significado de la fiesta que hoy, Epifanía del Señor, hemos celebrado.
Don Pepiño Blanco no se queda atrás; dice que está pensando en borrarse de cristiano (mi sorpresa ha sido oírle confesar que lo es, porque de su acción no había yo deducido tal cosa ni por asomo) Bórrese, D. José, por mí no lo haga. Para estar a disgusto, mejor no estar. Y si no se es mejor no estar. Amigos que no dan, y navajas que no cortan, si se pierden, no importa dice el dicho popular.
En todo caso hay una cosa en la que, necesariamente he de darle la razón: no hubo contra el Partido Popular cuando gobernó el acecho que hay contra ustedes desde ciertos sectores eclesiales, a pesar de que intacta mantuvieron la misma legislación sobre el aborto, es cierto: sua culpa. Pero también es cierto que el Partido SOE, ha destapado una serie de medidas que tienen más de ataque premeditado, que de elenco de política social. Sería muy discutible - y ahí me dará la razón- que este individualismo a ultranza sea siempre y solo progreso, y podríamos discutirlo, desde los hechos, que son tozudos, no desde las opiniones, que son de quien las pare.
Lo que de verdad me preocupa son esos otros y otras que teniendo otra experiencia religiosa distinta, que viviendo su fe en la pluralidad necesaria de quien ha de vivir en medio de lo cotidiano, que siendo capaces de testimoniar otra Iglesia, de ofrecer y no imponer, callan de manera vergonzante porque se sienten -quizá- atrapados entre dos aguas.
Creo, de verdad, que el tiempo de los orcos ya pasó. Y solo desde la fe hecha vida que sabe manejarse en el cada día alumbrando en lo sencillo tiempos nuevos, cielo y tierra nuevos, desde la sencillez de comunidades eclesiales que hacen vida el Evangelio al margen de estériles guerras, pero empeñados en las batallas continuas de la humanización de la existencia van haciendo presencia de Iglesia y sembrando Evangelio, podremos alcanzar el Reino. Solo desde la coherencia personal y eclesial, que mirando la multitud, siente compasión de ella, porque la ve como ovejas sin pastor, y por ello mismo solo puede mirar la realidad con los ojos de Dios y con amor y misericordia, podremos hacer surgir la inquietud del que busca.
Solo desde esa actitud hecha vida, podremos decir con la cabeza alta: no, no es esto, ni por ahí. Esto no es lo que hace digna la existencia de los seres humanos. Y eso, nadie nos lo podrá callar. Y esa voz que es tan Iglesia,debe hacerse oír. Y, para empezar el año, ya vale.

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