Deshaciendo las maletas







Nunca me ha gustado tener que hacer maletas. No sé. Echo de menos o de más, siempre. Este año parece que ha estado compensado, y que el volumen del equipaje ha sido acorde con la duración del viaje.

La segunda parte ingrata del viaje es deshacer las maletas a la vuelta. Uno saca la ropa sucia que va directa al cubo de la ropa sucia. La ropa limpia, que solo de venir tanto tiempo en la maleta va arrugada y sigue la senda que termina en el cubo de la ropa sucia. Menos mal que yo creo que la ropa sabe lavarse por su cuenta y no sigue los consejos de lavado impresos en las etiquetas.



Y finalmente uno saca lo que se trae del viaje y merece la pena conservar, como el bocadillo compartido con el cuervo en los Picos. Yo pensaba que, como San Francisco, había alcanzado el sumum de encuentro con la Naturaleza, pero la verdad es que el cuervo de marras tenía estudios (véase la pata anillada) que ejercitaba en sus encuentros veraniegos.



Y, finalmente uno se trae la experiencia del encuentro con las personas. Mis viajes siempre me devuelven a casa llenos de rostros transfigurados. Desconocidos que se convierten en parte de un momento compartido y que hacen que regresar de nuevo a esos lugares, algún día, sea volver a un sitio donde uno no es desconocido y la acogida tiene sabor a casa. Algo de eso, se vive en el Monasterio de la Trinidad de Suesa.





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