Envidia

Pero sana, claro. Me acaba de entrar al recibir la llamada de Milagros, amiga desde mi adolescencia. Me llama para interesarse por mi salud, felicitarme las Pascuas, renovar la amistad y decirme que el domingo próximo se marcha a Marruecos, a Tánger, a vivir, -hasta aquí nada raro- con otras dos monjas (ella lo es), cada una de una congregación diferente -aquí empieza lo raro-, que van a iniciar una experiencia intercomunitaria de vida y acción. Envidia porque Milagros es capaz de romper con muchas cosas con las que yo quisiera romper, pero a veces no me atrevo, o quizá no es el momento, o no se dan las circunstancias, o...
Envidia porque las religiosas son capaces de dar pasos de valentía que el clero deberíamos aprender y la Iglesia en general no deberíamos dejar de tener como seña de identidad: una vedruna, una compasionista, y una ursulina, juntas en una experiencia novedosa siendo capaces de dejar a un lado constituciones y reglas para experimentar lo que pueden ser nuevas y necesarias presencias.
Envidia porque Milagros acaba de cumplir 66 años, y sigue abierta a la esperanza y al futuro, tanto como para recomenzar de nuevo por un camino no pisado.
Y junto a la envidia, al menos el consuelo: Tengo casa en Tánger.

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