Empieza el calor


Y con el calor las tardes en que es mejor no moverse de casa si se pudiera. Hasta ahora los comentarios van empatados. La mitad dice que será un verano de aupa, y la mitad que se avecina un verano especialmente fresquito. Como tendré que pasar todo el verano aquí, hasta bien entrado agosto, espero que acierten los segundos, porque de lo contrario, la mitad del día no seré persona, y la otra mitad, a duras penas.

Y, pese al calor, las tardes tienen su ritmo y sus ocupaciones. Las lecturas que llevan esperando algún tiempo hasta encontrar estos huecos. El jardín, la acogida de las personas, con otro ritmo y pausa, la música, la oración...

El mirlo sabe que las horas aprietan, así que espera hasta la caída de la tarde para aparecer y darse un chapuzón en el plato de agua que cada día le preparo con maternal sumisión.

Es momento de recopilar el curso y hacer acopio de las experiencias habidas para enfrascarlas en la perspectiva del curso próximo. Este curso he barajado todas las posibilidades de autoorganización posibles, consciente de que mi situación de salud no se va a mejorar drástica ni velozmente. Desde pedir la excedencia en el trabajo hasta ver cómo jugar con los días libre de que dispongo, o pensar en reducciones de jornada. He chocado con cierta insensibilidad al tema. Lo de la excedencia no lo descarto, porque cada vez más me cansa el mundillo de los políticos con los que uno tiene que bregar, y de una administración anquilosada en la imposibilidad de actuar con lógica racional en muchas cosas. Por otra parte, la perspectiva de pasar más tiempo en Madrid tampoco me subyuga, dado lo que me encuentro. Así que el verano servirá para afianzar argumentos y tomar decisiones que, posiblemente, no vayan más allá de este año.

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