Reflexiones de domingo


La primera intención es terminar la misa y volverme rápido a la oscuridad y "frescor" de la casa, porque la temperatura invita -mejor, obliga- a ello. Pero al final, me sobrepongo, o mejor se sobrepone, como dice San Pablo en la segunda lectura de hoy (2Cor 12, 7-10), la fuerza del Señor que crece y se realiza en la debilidad, y termino por salir pegado a los muros en sombra, como las lagartijas, para visitar a los enfermos a los que cada domingo llevo la comunión después de la Misa. ¿Cómo voy a dejarlas sin comulgar si es su único momento de encuentro, de alegría, de diálogo, de besos, que rompe su soledad al cabo del día? Carmen hoy no estaba. Seguramente ha podido escaparse con las hijas a otras latitudes. Los que no hemos tenido esa suerte nos encontramos en la brevedad del saludo, del interés mutuo por la salud, de las perspectivas de los próximos días, y sobre todo en la oración pausada que antecede a la comunión, así como en la acción de gracias posterior.

Es una bendición acercarse al dolor y la enfermedad desde la experiencia esperanzada de María, agradecida de Irene, acogedora de Soledad o Elena, que junto a sus muchos achaques o años, tienen bien dispuesto el sitio para la sonrisa y la fe en sus vidas. Y en ellas se me hace viva esa lectura de la misa de hoy.

Luego vuelvo por la misma sombra a casa. Pero es distinto. Parece que hace más fresco... o será que yo vuelvo refrescado del encuentro con cada una de ellas.

Gracias, Señor, por no dejarme ser yo, y hacerme un poco más Tú.

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