Risa en Santa Clara


Ayer anduve entre las tocas clarisas en el Convento. Hacía tiempo que las ocupaciones me impedían compartir un rato con las hermanas. Pero ayer era un día especial. Virginia hacía su profesión temporal y Ana María y Joyce tomaban el hábito marrón de las damas pobres de Santa Clara para iniciar su noviciado, así que fui a acompañarlas como me habían pedido.
Compañía que se prolongó en la Eucaristía y en la fiesta posterior. En ambas, los cantos y bailes keniatas expresaron la alegría y la oración.
Cuando se acercaron en la Misa, tras el rito, a darnos un abrazo a los sacerdotes y a la comunidad, solo se me ocurrió desearles, aparte de las enhorabuenas del caso, que siempre siguieran con la sonrisa en los labios, como hasta ahora. "Seguid riéndoos siempre, porque nos hace falta vuestra risa".
No he conocido nunca a nadie que ría más y más alegremente que mis hermanas clarisas; las jóvenes especialmente, aunque no se le quedan a la zaga las mayores, pese a los achaques cada vez más constantes y acumulados. Cada vez que traspaso los muros del convento me encuentro con la risa, con la risa franca, alegre, sincera, honda, de quien sabe con toda certeza que el amor de Dios puede llenar toda la vida. Ayer, fue de nuevo así. Familia, alegría, fe.

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