No hay excusa


La mañana de trabajo ha permitido hacer un alto para el encuentro y la amistad. Milagros está de paso por Madrid, y el reencuentro ha estado lleno de recuerdos, de historias y sobre todo, de proyectos, futuro y esperanzas que ella vive con la ilusión de un adolescente en su primer amor.

Milagros no es adolescente -yo tampoco- pues ronda sus casi setenta años. Lo dejaremos en sesenta y tantos. Y después de muchos años rondando por barrios marginales de Sevilla, de Cádiz, y algún intermedio obligado en otros menesteres, "al atardecer de la vida" vinieron a examinarla en el amor y superó la prueba, y se lanzó a la aventura de comenzar una experiencia intercongregacional en Tánger, desconociendo el idioma, que va aprendiendo; organizando su control de salud para que los achaques no se interpongan más de lo necesario; y estando dispuesta a descubrir cuánto de nuevo y bueno pone Dios en nuestra vida cuando parece que ya no cabía más que la espera de la eternidad.

Cuando la escuchas hablar, sonriendo, de su experiencia nada fácil en medio de las condiciones de vida en que se encuentra, de sus miedos iniciales, de su contento, no puedes menos que sentirte abrumado por la cortedad de tu propia respuesta ante acontecimientos menos duros. "Cuando se trata de empujar el Reino -dice ella- no hay excusa que valga: ni años, ni salud, ni miedos, ni nada..."

Ella así lo ha vivido, así lo sigue viviendo y así lo transmite. Y yo, doy gracias a Dios por ella.

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