Crónica de una muerte anunciada
Pero cuestiones técnicas aparte, lo que me lleva a plantearme este tema es una pregunta para la que tengo una respuesta concreta, aunque tampoco sé si es la correcta. ¿Debe la Iglesia ser propietaria de una entidad bancaria, aunque ello se justifique con los más encomiables propósitos? Creo que no. La Iglesia ha prestado en este ámbito, a lo largo de un período histórico muy concreto, un servicio que no se podrá discutir, pero necesariamente un Banco -que es lo que es- tiene que jugar con unas reglas de juego en el campo financiero que no suelen ser acomodables al Evangelio. Y al final los desencuentros y las opciones alejan de lo que se quiso ser.
Si la Iglesia quiere tener instrumentos financieros en sus manos, debería ser siempre al servicio de la misión que tiene encomendada y, por eso mismo, con unas características muy concretas. Por ejemplo dedicarse -casi en exclusiva- al campo de los microcréditos, de la solidaridad, al servicio de los que menos tienen. En ese campo tiene experiencia y buen hacer en determinados lugares repartidos por toda la geografía. Muchos de los proyectos de empleo de Cáritas, o de la Fundación Cardenal Spínola de Lucha contra el Paro, tienen esa virtualidad. Pero, qué difícil...
Y yo me acuerdo del espectáculo de ciertas órdenes religiosas y Gescartera donde sin ninguna conciencia se invertía en economía especulativa despreciando la productiva.
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