En la Iglesia desde abajo

El verano es tiempo de lecturas atrasadas. Una de ellas el número del pasado abril de Sal Terrae, dedicado a las cuestiones de género, incluye un artículo de Inmaculada Soler Giménez, titulado "Recuperar la palabra desde abajo" del que entresaco esta parte, que me parece honda y preciosa, no solo para abordar las cuestiones de género, sino nuestra manera de ser Iglesia hoy.
Estar abajo nos hermana con todos, especialmente con los olvidados y pobres de la tierra (es importante recordar que las mujeres constituyen la mayoría de los analfabetos, los refugiados, los maltratados...) Estar abajo nos acerca a su impotencia, a su dolor, a su clamor, pero también a sus cantos, a su capacidad de fiesta y de lucha para sobrevivir día a día. Cerca de los excluidos se desenmascaran nuestras comodidades y privilegios, los de la iglesia jerárquica y también los nuestros.
Junto a ellos y ellas se ensanchan las entrañas, se aprende misericordia, se hace más fácil mirar con bondad a las personas y comprender las debilidades de nuestra Iglesia... ¡y maravillarnos también por lo que Dios hace con ella a pesar de ella!. A su lado las grandes discusiones teológicas y morales se viven de forma distinta, los problemas toman otra dimensión: el rostro del hermano concreto, herido, vulnerado en su dignidad, necesitado, nos reclama y nos resitúa siempre, apeándonos de nuestras "elevaciones" ideológicas, doctrinales, espirituales ("Tuve hambre y me disteis de comer...; Mt 25).
Desde abajo, lejos de la "pompa" y sin el peso de los protocolos, se percibe la gran cantidad de miedos que paralizan y atenazan a nuestra Iglesia, entre otros el miedo a la mujer. Se percibe el "machismo" incorporado como "lo natural" a lo largo de los años, como casi el único modo de mirar la realidad, interpretar la Palabra, hacer teología, celebrar la fe, organizar la Iglesia y pensar el lugar que tiene la mujer en ella. Desde abajo se vive con dolor.
En la Iglesia, desde abajo se respira con más sencillez y libertad, se aprende a vivir agradecidos con poco, a no "quejarse" de la vida ni hacer "problema" de lo que no lo es, a celebrar la vida de cada día como un regalo y a experimentar el don de la fraternidad, la alegría de tener hermanas y hermanos para el camino, hombres y mujeres que con su vida y su fe nos sostienen. ¡Cuantas mujeres han gestado y alumbrado caminos nuevos en nuestra Iglesia haciéndola más evangélica...!
Desde el último lugar, todos nos necesitamos. Quizá solo desde abajo se puede vivir la fraternidad/sororidad que rezamos cada día en el Padre Nuestro, dar gloria a nuestro Padre/Madre, ayudarnos a buscar su voluntad, ser fieles a sus llamadas, amar a todos sin dejar a nadie fuera. ¿No fue éste el lugar de encarnación de nuestro Dios?

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