Nueve modos de orar de Santo Domingo de Guzmán. Segundo modo


Con frecuencia oraba también el bienaventurado Domingo tendiéndose entero en tierra apoyado sobre la cara.

Se compungía en su corazón y se reprendía a sí mismo repitiendo, a veces tan alto que se le podía oír, el texto evangélico: Dios, sé propicio a mí, pecador (Lc 18, 13). Recordaba con piedad y modestia las palabras de David: Yo soy el que pequé y obré con iniquidad (2 R 24, 17). Y lloraba y gemía con fuerza. Y continuaba: No soy digno de ver el alto cielo por la multitud de mis iniquidades, pues provoqué tu ira y obré mal ante ti (Oración de Manasés 10-12). Y del salmo que dice: Señor, lo hemos oído con nuestros oídos..., repetía con insistencia y devoción: Porque nuestra alma está humillada hasta el polvo, nuestro vientre se ha pegado a la tierra (Sal 44, 26). Y también: Mi alma está pegada al suelo, dame vida según tu palabra (Sal 119, 25).

Cuando quería enseñar a los frailes con qué reverencia debían orar, les decía:

- Los piadosos reyes Magos encontraron al entrar en la casa al niño con María, su madre y, postrados, lo adoraron (Mt 2, 11). Nosotros tenemos la seguridad de encontrar al Hombre Dios con María, su esclava. Venid, adorémosle y postrémosnos ante Dios, lloremos ante el Señor que nos hizo (Sal 95, 6).

Y exhortaba a los jóvenes con estos términos:

- Si no podéis llorar vuestros pecados, que acaso no tengáis, son muchos los pecadores a los que cabe ordenar hacia la misericordia y la caridad. Por ellos gimieron los profetas y los apóstoles; por ellos lloró amargamente Jesús al verlos (Lc 19, 41), y el santo David lloraba de igual modo diciendo: “Vi a los prevaricadores y me consumía” (Sal 119, 158).

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