Tarde estrellada de viernes

Las pulgas del perro flaco se han convertido en muchedumbre. A la mala pata genética que me acompaña se suma, desde el lunes un resfriado/bronquitis in crescendo, que ahora parece que empieza a remitir, pero que te deja hecho una pena. Es que ya no se recupera uno como antes; necesita más tiempo y más tranquilidad. Y de ambas cosas va careciendo uno en estos tiempos que corren. Al final pueden más los virusillos, y tiene uno que rendirse a las pastillas, las mantas y el lecho mocoso.


Parece como si todo se conjugara para que las miradas fueran tristes y las sensaciones penosas. Y en medio de esas circunstancias, siempre aparece una luz. ¡Ah! Pero hasta que no se hace la oscuridad no se puede ver la luz. Es lo que tiene la "contaminación lumínica", que impide ver las estrellas en noches estrelladas, aunque uno sepa con certeza que están ahí.


Luego, tras despejar las fosas nasales, hay que despejar la contaminación, y fijarse en las estrellas. Y éstas han llegado por diversos caminos, todos ellos luminosos: el primero esta mañana, una carta de una amiga, María José, que es toda una bendición de Dios (la carta, y ella también) y que te ayuda a descubrir las estrellas, de una forma sencilla pero entrañable e indiscutible. No os puedo ofrecer aquí la carta, pero es un regalo. Como ella dice: con nuestra confianza puesta en el Señor, pues entonces ¡qué problema hay! je, je,...
La segunda estrella llega en forma de canción, con una letra que dice: "sentarme a tu lado, estar contigo, todos los días de mi vida..... Mi luz, mi salvación, mi refugio, siempre estarás tú, Mi Señor, conmigo". Hacía tiempo que no la escuchaba, pero hoy ha llegado inesperadamente y se ha hecho una vez más mi oración.
La tercera llega en forma de reflexión que publica Vida Nueva en su sección "a ras de suelo", y que se titula Amargas horas en Sevilla, y que no deja de ser un abrazo en la distancia.
Así que, parece ser, que acabaremos el día y la semana mejor de lo que empezaron, gracias a las estrellas.

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