Adoración

transcribo el texto de Santiago Aparicio en el número de Eucaristía correspondiente a la fiesta de Epifanía.

Quien ha visitado la Basílica de la Natividad en Belén no olvidará nunca que para poder acceder tuvo que agachar la cabeza. La majestuosidad de las puertas de muchas iglesias y catedrales queda abochornada por la humildad del acceso a este templo que nos remite directamente al nacimiento del Hijo de Dios. Desde la Edad Media su puerta mide poco más de un metro de altura. Parece que es tan reducida por motivos de seguridad, pero lo verdaderamente seguro es que solo los pequeños o los niños pueden atravesarla sin dificultad. Se trata de la puerta de los sencillos, de los humildes, de los pobres, de quienes no tienen problemas en parecer más pequeños de lo que realmente son. Es la puerta de acceso al misterio de Dios. Quien quiera acceder tendrá que agacharse y dejar el equipaje. Ya puede ser el político más poderoso de nuestro mundo, el artista más aclamado o el empresario más rico. Para entrar en la Natividad es preciso humillarse. en ese lugar todos medimos lo mismo: algo menos de un metro y veinte centímetros.
Así fue el nacimiento de Jesucristo: un acto absoluto de abajamiento. Toda la grandeza de Dios habitando la pequeñez y la debilidad de un bebé. Sin embargo una vida que nace en la oscuridad de la noche se convierte en el mayor signo de amor y esperanza para el mundo, especialmente para la humanidad que sufre. Dios se hace presente en pobreza y en medio de la penumbra, en lo débil, en lo pobre, en lo limitado... Desde ese momento la precariedad adquiere una densidad distinta. Es la densidad de Dios. Es su promesa de caminar constantemente con nosotros, su pueblo, su familia. La debilidad se llena de esperanza, la penumbra queda invadida de luz, lo débil se reviste de fuerza. desde el nacimiento de Jesucristo todo es distinto. A partir de entonces la precariedad nos remite directamente a Dios.
Hoy contemplamos actos de abajamiento que no nos dejan indiferentes. Magos de Oriente, contemporáneos que descubren en la noche, en lo escondido, en lo débil... a una humanidad digna de ser adorada y necesitada de cuidados. A veces se trata de personas individuales, en ocasiones son colectivos o asociaciones, algunos creyentes, otros no creyentes, con diversa ideología política, pero todos han descubierto una estrella que les lleva a lugares donde hay hombres y mujeres que sufren. Esa estrella es más que un indicador; es signo de vida y bendición. Para ellos la vida adquiere una dimensión distinta, unos valores nuevos, una orientación nueva. El otro, especialmente el necesitado, es el centro de atención. No solo es alguien a quien cuidar y promocionar. Es alguien en el que adorar a un Dios que un día nació pobre y al que solo algunos supieron ver.

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