Una lectura creyente y esperanzada del 15-M


Editorial del número de septiembre pasado de Razón y Fe.
Una lectura creyente y esperanzada del 15-M

Desde la primavera de 2011 España ha vivido un estadillo social en torno a la iniciativa «Democracia Real Ya», al movimiento 15-M y a las acampadas en la Puerta del Sol (Madrid) y otros puntos de la geografía nacional. Sin duda, se trata de un acontecimiento complejo y ambiguo y, quizá, falte aún perspectiva para poder valorarlo en sus justos términos. En estas páginas queremos ofrecer algunas reflexiones que permitan profundizar en lo ocurrido, insinuar convergencias con la propuesta cristiana y esbozar algunas líneas que permitan canalizar de manera constructiva la energía expresada en estos sucesos.

Conviene señalar que estamos ante un acontecimiento complejo y ambiguo y que, quizá, falte aún perspectiva para poder valorarlo en sus justos términos. Algunas personas han visto cómo en estos meses se desvanecía su entusiasmo inicial, otras han quedado decepcionadas ante episodios violentos como los sucedidos ante el Parlamento catalán y otras muchas se han sentido indignadas por los enfrentamientos ocurridos en Madrid durante la Jornada Mundial de la Juventud. Hay voces que hablan de manipulados, infiltrados o ideologizados. Ciertos analistas subrayan la deriva radical del movimiento, mientras que otros señalan que se trata de algo planificado desde el inicio. En medio de esta maraña de opiniones, queremos ofrecer una lectura creyente y esperanzada, que esperamos no sea ni ingenua ni superficial. 

Cuatro rasgos del 15-M
Para simplificar, nos referiremos con la etiqueta «15-M» al complejo y variado movimiento suscitado en torno a la manifestación convocada el día 15 de mayo, a las posteriores acampadas en diversas ciudades, a la masiva movilización contra la crisis del día 19 de junio, a las marchas contra el paro del mes de julio y a las numerosas iniciativas que se han generado bajo este paraguas amplio y difuso. Aunque es cierto que el manifiesto inicial reconocía que «unos somos creyentes y otros no» y aunque es cierto que ha habido una presencia explícita y relativamente activa no sólo de numerosos cristianos individuales sino de organizaciones como la JOC o la JEC, también es cierto que el imaginario colectivo tiende a ver esta movilización del 15-M como muy alejada de nuestro catolicismo actual. Por ello, ofrecemos a continuación cuatro rasgos que pueden abrir otros tantos campos de reflexión para matizar tal impresión.

La revolución de Dios
Hace ya seis años, en su primer viaje al extranjero tras ser elegido papa, Benedicto XVI se dirigió a los jóvenes participantes en la Jornada Mundial de la Juventud en Colonia con una vibrante y —para algunos—
sorprendente homilía en la que afirmó: «Sólo de Dios proviene la verdadera revolución, el cambio decisivo del mundo», y también: «La revolución verdadera consiste únicamente en mirar a Dios».
De hecho, La revolución de Dios fue el título del primer libro publicado por Joseph Ratzinger como papa. Por su parte, el 15-M ha sido llamado la revolución española (con calificativos tales como revolución ética, de la conciencia, online o de la sociedad civil). Posiblemente, estamos ante un nuevo uso o un nuevo significado de la palabra revolución, lejos de lo vivido en la historia contemporánea. Ni Benedicto XVI ni el 15-M están pensando en el uso de la violencia, ni en un cambio inmediato de la situación, pero ambos apuntan a un cambio verdaderamente radical, quizá bien expresado en el título de aquel otro libro, «cambiar el mundo sin tomar el poder».

La santa indignación
Inspirándose en el opúsculo de Stéphane Hessel, otro de los modos de referirse al 15-M ha sido el del movimiento de «los indignados». La expresión ha tenido fortuna, entre otras cosas, porque responde bien a la dinámica de un movimiento que ha conseguido contactar, expresar y canalizar la indignación soterrada, silenciosa e impotente que vivían muchísimas personas no sólo ante la crisis sino también ante el modo de gestionarla.
Posiblemente, también, la indignación sea uno de los sentimientos humanos que peor tenemos incorporados los cristianos, pues sigue resonando como algo negativo. Quizá la Iglesia ha animado con más frecuencia a la resignación que a la indignación. Pero, con ello, quizá nos hemos olvidado de que la ira, la rabia y la indignación forman parte de la misma entraña de Dios tal como Él mismo ha querido revelarse a la humanidad. Por poner sólo dos ejemplos significativos, la primera intervención histórica de Dios surge de Su indignación ante la opresión que sufre el pueblo hebreo ante el imperio egipcio (cf. Éxodo 3, 7-10), mientras que el mismo Jesús de Nazaret miraba la obstinación de sus enemigos con indignación dolorida (cf. Marcos 3, 5).

AcampaDios
Los indignados han sido también «los acampados». Podría decirse que, si la indignación ha sido la cara oculta del movimiento, las acampadas han sido su rostro visible. Tomar la plaza es un modo muy expresivo de recuperar el espacio público para lo común: quizá esté aquí una de las principales aportaciones de este movimiento, una actualización creativa de la mejor tradición democrática del debate ciudadano en el ágora de la polis. Por supuesto, las acampadas también han suscitado amplio debate, sobre su legitimidad, su duración o sobre el efecto en los comerciantes de la zona. Lo que quizá no se ha explorado suficientemente ha sido la conexión entre estas acampadas y la antes mencionada ‘revolución de Dios’. ¿Dónde estaba Dios mientras tenía lugar la acampada en la Puerta de Sol? ¿Pensó alguno de los acampados en el himno bíblico que dice «nos visitará el Sol que nace de lo alto, para guiar nuestros pasos por el camino de la paz» (Lucas 1, 78-79). ¿Y qué decir del hecho de que «la Palabra se hizo hombre y acampó entre nosotros» (Juan 1, 14)?
Si la persona de Jesús actualiza de manera insospechada la experiencia nuclear del pueblo nómada de Israel, que siente que Dios les acompaña por el desierto con su propia tienda del encuentro, ¿acaso no se puede captar entre los acampados la presencia siempre viva del acampaDios?

Asamblea es ‘ekkesia’
Otro de los rasgos llamativos del movimiento 15-M es su carácter asambleario. Para muchas personas resultó una experiencia sorprendente ver cómo cientos de personas, sin conocerse previamente, debatían durante horas hasta alcanzar finalmente acuerdos por consenso. Sobre todo durante las grandes acampadas,
la reivindicación de democracia real, directa y participativa, se visibilizó en forma de asambleas. Por supuesto, esta misma estructura horizontal mostró sus limitaciones (creación ilimitada de comisiones, debates
interminables, bloqueos, posible manipulación…), pero también es cierto que el paso a las asambleas descentralizadas en barrios y pueblos ha supuesto un nuevo hito en la profundización democrática y un impulso a la participación ciudadana.
Etimológicamente, la palabra ‘iglesia’ (del griego ekkesia) significa ‘asamblea’ y es un término tomado del ámbito cívico-político y no del religioso. Por ello, no parece descabellado plantear en términos eclesiales la invitación a la ‘revolución de Dios’ que Benedicto XVI suscitaba. Aunque no se pueda caer en reduccionismos unilaterales, es lícito preguntar qué pasaría en nuestro país si las 23.000 parroquias existentes funcionasen de verdad, al menos semanalmente, como asambleas participativas volcadas en la transformación de la realidad desde la fuerza de la comunión. ¿Acaso hay una fuerza social comparable a la Iglesia en capacidad de vertebrar tejido articulado, participación ciudadana y compromiso en el territorio?

El 15-M a la luz de los principios de la Doctrina Social de la Iglesia
A continuación, comparamos las pretensiones y las aportaciones del movimiento 15-M con los principios recogidos en el Compendio de la doctrina social de la Iglesia, publicado en 2004 por el Pontificio Consejo ‘Justicia y Paz’. Como se sabe, este documento oficial busca ofrecer en un único texto lo que hasta entonces se encontraba disperso en Una lectura creyente y esperanzada del 15-M múltiples escritos, surgidos en diversas ocasiones, a lo largo de más de un siglo de historia.

El bien común
En primer lugar, la doctrina social de la Iglesia (en adelante, DSI) afirma el principio del bien común, entendido como «el conjunto de condiciones de la vida social que hacen posible a las asociaciones y a cada uno de sus miembros el logro más pleno y más fácil de la propia perfección» (Compendio, n. 164). Por ello, por un lado se afirma que el bien común es un deber de todos los miembros de la sociedad y que todas las personas deben colaborar para conseguirlo y desarrollarlo, mientras que se recuerda, por otro lado, que la responsabilidad de edificar el bien común compete también al Estado. Más aún, se subraya que la única razón que justifica la autoridad política es el bien común.
Precisamente, una de las oleadas de regeneración que el movimiento 15-M ha aportado a la vida social ha sido el hecho de que miles de ciudadanos han salido a la calle para reivindicar el bien común como principio rector de la vida pública. Han dicho que ellos no quieren quedar al margen de la construcción del bien común sino que desean comprometerse en ello y, al mismo tiempo, han exigido a los poderes públicos que recuerden su responsabilidad primordial.

El destino universal de los bienes
«Dios ha dado la tierra a todo el género humano para que ella sustente a todos sus habitantes, sin excluir a nadie ni privilegiar a ninguno» (Compendio, n. 171). Sólo en este contexto se afirma el derecho a la propiedad privada, expresado en una triple dinámica concatenada: derecho universal a los bienes, propiedad privada como medio para ello (nunca como fin absoluto o intocable) y opción por los pobres como principio regulador de ambos derechos. Por ello, la DSI pide desarrollar una economía inspirada en valores morales que permitan realizar un mundo justo y solidario.
Tras varios años de una grave crisis financiera, económica y social, el 15-M ha supuesto el primer recordatorio vigoroso, nítido y contundente de algo básico: que la economía debe estar al servicio de las personas, que la responsabilidad de la autoridad política es precisamente lograr que los bienes lleguen a todos, que la crisis no puede recaer sobre los sectores populares. Parece que la sociedad se había acostumbrado a lo inadmisible, y los indignados han recordado que hay situaciones que no se pueden admitir. Quizá el ejemplo más visible sea el de la vivienda: para la Iglesia y para el 15-M, toda persona tiene derecho a vivir con dignidad. Por ello, es inaceptable que una familia sea desahuciada, quede sin vivienda y sin recursos económicos porque determinados mecanismos financieros hayan elevado el precio de las hipotecas hasta niveles inalcanzables. Parar los desahucios es un modo legítimo de reivindicar, de manera concreta, el destino universal de los bienes.

La subsidiariedad y la participación
Posiblemente, el principio de subsidiariedad sea uno de los más insistentemente repetidos por la DSI y uno de los peor comprendidos y menos practicados en nuestros tiempos. Significa apoyar la sociedad civil, el entramado asociativo, la subjetividad creativa, el tejido social, la primacía de la persona, la apuesta por las entidades intermedias. Dicho en negativo, «con el principio de subsidiaridad contrastan las formas de centralización, de burocratización, de asistencialismo, de presencia injustificada y excesiva del Estado y del aparato público» (Compendio, n. 187). Y dicho en positivo, de la subsidiariedad se sigue la plena participación, activa, consciente, responsable y orientada al bien común.
La irrupción del movimiento 15-M ha supuesto un impulso de participación ciudadana —autogestionada, creativa y descentralizada— nunca visto desde los tiempos de la transición democrática. Al reclamar una democracia real ante los límites de la meramente representativa, los indignados coinciden con la DSI, que recuerda que «toda democracia debe ser participativa» y que pide que los diversos sujetos de la comunidad civil «sean informados, escuchados e implicados» (Compendio, n. 190). Sólo desde una sociedad civil fuerte, activa y bien articulada tiene sentido reclamar un papel renovado del Estado que no asfixie otras iniciativas. También en este punto el 15-M ha sido una bocanada de aire fresco para mostrar que participación y subsidiariedad se necesitan mutuamente. 

La solidaridad
Llegamos así al último de los principios subrayados por la DSI: «La solidaridad debe captarse, ante todo, en su valor de principio social ordenador de las instituciones, según el cual las ‘estructuras de pecado’, que dominan las relaciones entre las personas y los pueblos, deben ser superadas y transformadas en estructuras de solidaridad» (Compendio, n. 193). La solidaridad recuerda que vivimos en una sociedad desigual y asimétrica y que, por eso mismo, son necesarios mecanismos correctores que favorezcan a los más pobres.
De nuevo, el movimiento del 15-M ha sido un grito a favor de la solidaridad. Los indignados han logrado visibilizar y ser voz de los parados, de las familias desahuciadas de sus viviendas, de los jóvenes ‘mileuristas’, de las personas migrantes, de los trabajadores precarios, de los diez millones de pobres de nuestro país… de las personas corrientes que se saben víctimas de una crisis que no han creado. Al hacerlo, han suscitado un movimiento de solidaridad más allá de lo material: solidaridad en una causa común, solidaridad en el debate y la palabra compartida, solidaridad que humaniza el espacio público de la ciudad fría, anónima e individualista.

Consideraciones finales
Es posible que las páginas anteriores resuenen a algunas personas como demasiado ingenuas, idílicas o poco realistas. Somos conscientes de ello. La nuestra es una lectura creyente y esperanzada. Pero ni la fe puede ser ciega ni la esperanza insensata. Por eso, y para concluir, ofrecemos unas breves pinceladas que ayuden a continuar la reflexión y la acción, el análisis y el compromiso: Encauzar el entusiasmo. El movimiento 15-M ha suscitado un entusiasmo legítimo y necesario, cuyo punto de partida ha sido la indignación ante una situación insostenible. Pero la indignación sola no basta, como tampoco son suficientes las iniciativas pasajeras. Es necesario encontrar cauces constructivos que den continuidad a las propuestas y las sostengan creativamente en el tiempo; y, muy probablemente, éstas deban incorporar algunos mecanismos formales ya existentes.

Trascender el fenómeno. 
Como en todo evento social llamativo y novedoso, también en el 15-M hay una dimensión de fenómeno, de apariencia, casi de espectáculo. Más allá de las acampadas, de la estética  perroflauta’, de algunas expresiones extravagantes o del discutido papel de los medios de comunicación, es conveniente profundizar en la dinámica generada, en el entramado suscitado, en las propuestas diseñadas, en el horizonte planteado, en las iniciativas promovidas. Y quizá la mejor manera de hacerlo es precisamente participar, no limitarse a observar como espectadores. 

Discernir la ambigüedad. 
Ya hemos señalado que bajo el «paraguas 15-M» se engloban realidades muy distintas, no siempre convergentes y en ocasiones incluso contradictorias. Un ejemplo: la noviolencia activa ha sido y es uno de los rasgos más importantes y consistentes del movimiento 15-M desde sus orígenes; sin embargo, en estos meses ha habido también ciertos actos de violencia que no siempre fueron rechazados con la necesaria claridad. Otro ejemplo: puede decirse que los políticos «no nos representan» (a todos o del todo), pero es peligroso mantener que, de manera general, «ningún político nos representa nunca», olvidando que de hecho sí representan a millones de personas; y es inaceptable que, con este argumento, se pretenda bloquear la actividad parlamentaria.

Rastrear las huellas de Dios. 
Hemos planteado este artículo editorial como una lectura creyente del movimiento 15-M. Somos conscientes de que no es la única lectura posible: incluso entre los análisis creyentes hay muchos otros enfoques y, quizá, más de uno discrepe de lo aquí planteado. Pero, en todo caso, los cristianos creemos que Dios se manifiesta en la historia y que ninguna parcela de la realidad queda al margen de su acción salvífica. El reto, pues, es buscar y hallar la presencia del Dios Vivo en los acontecimientos sociales que nos toca vivir. Y éste es un acontecimiento relevante en nuestra vida social y, por tanto, es evidente que Dios anda implicado en el mismo. 

Anticipar el futuro. 
Con el 15-M ha irrumpido cierta novedad en la sociedad española. Quizá llevábamos demasiado tiempo anquilosados, desfondados y sin creatividad. Quizá buscábamos respuestas de ayer a los nuevos retos. Quizá estábamos anclados en un presente resignado. Quizá nos aterraba el futuro, con sus negros nubarrones aún más amenazantes que la realidad presente. Y quizá el 15-M ha sido un soplo de aire fresco, una bocanada del Espíritu, una anticipación del futuro prometido. Quizá, efectivamente, nos ha visitado el Sol que nace de lo alto y nos ha iluminado sendas de paz y de justicia. ■

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