¿quién debe a quién?

Nadie protege a las familias arruinadas. Es noticia de hoy en la prensa. Los bancos causantes de la crisis, son también la solución de los problemas en muchos casos, si están dispuestos a minorar beneficios y retribuciones escandalosas. Lo asistencial no es suficiente. Es imprescindible, pero no suficiente. La Iglesia no puede hacer dejación de su función profética. Y si eso supone perder, en el empeño, status y posición, y vivir más a la intemperie, mejor para nosotros. Nos hará más fieles. Solo por ese camino hay esperanza.

Denunciar la inhumanidad de este sistema que es capaz de poner las deudas por encima de la vida de las personas, es irrenunciable. Cuando rezamos “perdona nuestras ofensas, como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden” se nos olvida que la armonización lingüística que se hizo del Padrenuestro, incluye entre las ofensas las deudas. Así lo pedíamos antes: “perdónanos nuestras deudas, como nosotros perdonamos a nuestros deudores” (cfr. CDSI 429) Hay deudas que son ofensa del acreedor. Hay deudas que deben ser humanizadas, o condonadas. Las relaciones humanas necesitan del perdón que hace posible la vida, del olvido de lo debido, cuando la deuda impide la vida. El perdón se hace, entonces, exigencia de justicia. Y la deuda deviene en injusticia.

El rico, dirá San Gregorio Magno, no es sino un administrador de lo que posee; dar lo necesario a quien carece de ello es una obra que hay que cumplir con humildad, porque los bienes no pertenecen a quien los distribuye. Quien tiene las riquezas sólo para sí no es inocente; darlas a quien tiene necesidad significa pagar una deuda.(CDSI 329)

¿No será que quienes han provocado, y se han beneficiado de esta crisis, son los verdaderos deudores, frente a los pobres, los desempleados, los desahuciados, los precarizados?

Lo que el Compendio de Doctrina Social (450) recuerda respecta a la llamada deuda externa, debemos tenerlo en cuenta respecto a las deudas de los empobrecidos y excluidos de nuestro primer mundo:

El derecho al desarrollo debe tenerse en cuenta en las cuestiones vinculadas a la crisis deudora de muchos países pobres. Esta crisis tiene en su origen causas complejas de naturaleza diversa, tanto de carácter internacional —fluctuación de los cambios, especulación financiera, neocolonialismo económico— como internas a los países endeudados —corrupción, mala gestión del dinero público, utilización distorsionada de los préstamos recibidos—. Los mayores sufrimientos, atribuibles a cuestiones estructurales pero también a comportamientos personales, recaen sobre la población de los países endeudados y pobres, que no tiene culpa alguna. La comunidad internacional no puede desentenderse de semejante situación: incluso reafirmando el principio de que la deuda adquirida debe ser saldada, es necesario encontrar los caminos para no comprometer el «derecho fundamental de los pueblos a la subsistencia y al progreso».



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