Ignaros

Uno de los caminos de despersonalización de esta sociedad consiste en el individualismo que nos distancia, nos separa, nos enfrenta. El individualismo nunca nos hace más personas, porque nos priva de la constitutiva dimensión comunitaria de nuestra existencia. Para hacer eso posible hay que restringir relaciones sociales, hay que eliminar estructuras colectivas. Ese camino lo van recorriendo las distintas reformas laborales, y ésta última especialmente, al mercantilizar la relación laboral de tal modo que el sindicato pasa a ser un estorbo, algo innecesario. Entiéndase usted con su empresario directamente, y punto; hágase cargo de su vida usted mismo… ése es su problema.

Otro camino consustancial al anterior es “criminalizar” una estructura intermedia, un grupo social, como viene pasando con el sindicalismo. Es una ventaja añadida para la cultura dominante que desaparezcan las organizaciones sindicales, o que queden reducidas a piezas de museo, o a meras prestadoras de servicios para afiliados.

Una cosa es que en todos sitios –también en la Iglesia- hay canallas, y que habremos de ir a por ellos con todo el bagaje de la Ley. Otra cosa será caer en la absurda y simplona tentación de pretender justificar la ineficacia e innecesariedad de la institución o del grupo intermedio –también de la Iglesia- por la maldad de quienes puedan formar parte de ella. Es un razonamiento tan simple como real: la parte no es el todo, y el todo no es la parte, por mucho que se afecten.

Pues bien, en estos días no salgo de mi perplejidad al escuchar a algunos miembros de la Iglesia (clérigos ignaros, de los que luego dicen que no hay que meterse en política) sumarse al actual carro antisindical con tal ferocidad que les fuera la fe en ello, haciéndose portavoces de bulos, de mentiras, de opiniones sin datos, con tal denuedo que están dispuestos a apedrear o a sostener las ropas de quienes apedrean, gratis total. Como si eso no fuese hacer “política”. Y además de pontificar sin hechos reales, y con desconocimiento de la Doctrina Social a la hora de enjuiciar, son incapaces de dialogar y escuchar, aun cuando éste suele ser camino que conduce a la verdad.

Hay que ser corto de miras para no darse cuenta de la indefensión que la inexistencia de organizaciones sindicales representa para los trabajadores. Y hay que ser zoquete, para no ser capaz de sostener una posición fundada en esa cuestión, sin menoscabo de la crítica necesaria que haya de hacerse a las personas por sus comportamientos, y a las instituciones por no servir a sus fines, que lo cortés no quita lo valiente.

Si hay sindicalistas que se han aprovechado, que han hecho dejación de la ética que se les eche, que se les ponga en pública palestra, con datos, con hechos, pero no confundamos la malicia y la indecencia de unos –sindicalistas, políticos, clérigos- con la maldad e innecesariedad de las instituciones que nos sirven en la vida social –política, sindicato, Iglesia- porque entonces no estamos sirviendo a las personas en su integridad, ni unos ni otros.

Lo que habrá que invitar al personal es a dignificar las instituciones – política, sindicatos, Iglesia- para que estén realmente al servicio de las personas, de su humanización, de su dignidad, participando en ellas. Y recordando que la única crítica que ayuda es la que somos capaces de hacer por amor a cada persona. Todo lo demás es poco evangélico, y poco edificante de una sociedad humana. Y desde luego, eso sí que no tiene que hacerlo la Iglesia, ni quienes la forman. Habrá que recordar que la mentira es pecado, y ponerse a su servicio es pecar.

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