LA DIFICIL Y NECESARIA COMUNION ECLESIAL


Cada vez me convenzo más. Hay gente interesada en romper la comunión eclesial, dentro y fuera de la Iglesia. Hay gente interesada en crear y sostener conflictos más allá de su propia naturaleza o esencia, incluso de su misma realidad y existencia. Hay gente interesada en presentar la Iglesia como una olla de grillos en la que se gobierna dictatorialmente, se calla por miedo, o se discrepa por fuera porque no se puede hacer otra cosa. No buscando el bien de la Iglesia, desde luego. Entrar en esos juegos ni interesa, ni conviene, ni sirve, al menos a los que formamos la Iglesia

Es reducir a categorías humanas y sociales lo que no se puede vivir desde los meros esquemas de funcionamiento de los grupos humanos. Si fuese así hace mucho tiempo que esto se hubiera ido al garete porque sería insoportable para todos.

La primera actitud eclesial es la fe. La fe de que el Espíritu de Dios sigue actuando en la Iglesia –y no solo en ella-, y nos guía y empuja; unas veces al desierto, para afrontar las tentaciones y superarlas, para escuchar, para discernir. Otras, a bajar del Tabor –siempre necesario- para no instalarnos en la comodidad angelical de la deshumanización por ahistórica. Siempre nos empuja al diálogo, al encuentro, a la virtud de escuchar, a la corresponsabilidad, a la parresía evangélica y evangelizadora. Siempre nos empuja a acoger al otro, y en diálogo y oración discernir comunitariamente para superar los conflictos y crecer en comunión al servicio –siempre- de la misión.

La comunión no es acatamiento acrítico, ni obediencia ciega, ni renuncia a la conciencia. La comunión es siempre el diálogo para que mejor y “en todo sea servido nuestro Señor Jesucristo”, al que se sirve en el amor inteligente a los hermanos, como recuerda Benedicto XVI. Pero como somos humanos quienes formamos la Iglesia, no siempre la comunión aparece inmaculada entre nosotros.

Por eso la otra actitud eclesial es el Amor, que me lleva a ver a Cristo en el otro. Por eso, llamados como estamos a concretar en nuestra vida la comunión trinitaria del Dios a cuya imagen somos creados, lo contrario de la comunión no es la desobediencia, sino la falta de diálogo; cerrarse al diálogo fraterno, a la corrección mutua, al camino común, a la escucha. Lo contrario a la comunión es cerrarnos a la voluntad de Dios que juntos buscamos, oramos y discernimos. Lo contrario a la comunión es conocer del otro solo de oídas, y no porque nos miramos cara a cara, a los ojos, en el empeño fraterno de seguir juntos al Resucitado. Lo contrario a la comunión es no ser capaz de acoger la experiencia del otro como expresión del carisma recibido que construye la comunión.

Los desencuentros a veces necesitan silencio, tiempos, espacios, distancias, convencimientos y no victorias, acogidas y no rechazos, necesitan diálogo y oración. Y esto sí es irrenunciable. Nunca se puede dejar de buscar la comunión, de rehacerla, de construirla, de orarla. Solo quien desiste de este empeño deja de ser eclesial, y necesita ser reconciliado, reincorporado a la comunión.

Comentarios

  1. Con criterios mundanos y sin buena voluntad no puede entenderse los misterios de la fe.

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