Yo conocí el Estado de bienestar

Yo conocí el Estado de Bienestar. No todos, sobre todo los jóvenes, podrán decirlo. No todos, sobre todo, los que ya estaban expulsados de los mercados –el del trabajo, el de la vivienda, el del consumo- que oyeron que existía un estado así, pero no lo cataron. A lo más que llegaron fue a las migajas de las ayudas sociales que generosamente se les acercaba, para que ellos no se acercaran al centro de nuestro bienestar.  Zygmunt  Bauman ya lo advirtió: empezaremos a decir que es insoportable el gasto en servicios sociales, para justificar que van dirigidos solo a quienes no quieren trabajar, a quienes quieren vivir del cuento, y que no tenemos por qué pagar eso los ciudadanos honrados y trabajadores con nuestros impuestos; seguiremos diciendo que el que quiera Estado del Bienestar que lo pague, y asistiremos impávidos a espectáculos como el de Cataluña, donde la salud dejará de ser derecho, poco a poco, para ser privilegio de pudientes. Acabaremos por criminalizar la pobreza, y lo que nos ahorramos en servicios sociales “innecesarios” lo invertiremos en cárceles y policías que enseñen a los pobres lo que es bueno, y terminaremos por decir que no existen los pobres en nuestro país, sino los flojos y los criminales. Y habremos entregado la ética de la Dignidad de la persona al mejor postor, porque la dignidad (así con minúsculas) terminará siendo artículo de consumo que solo podrán permitirse los pudientes consumidores. Y, así, sin darnos cuenta, nos encontraremos rendidos –entre volutas de incienso- a las plantas del becerro de oro.

Comentarios

  1. Yo conocí un estado anterior al del bienestar, ese mismo al que parece que regresamos: eran los años cincuenta y la plaza se llenaba de hombres, a la espera de que alguien les ofreciera una jornada de trabajo para el día siguiente; había que pagar al médico, había que pagar en la farmacia; a los sesenta años todos eran ancianos.

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