Gracias, porque nos necesitas



En tu silencio acogedor,
nos ofreces ser tu palabra
traducida en miles de lenguas,
adaptada a toda situación.
Quieres expresarte en nuestros labios,
en el susurro al enfermo terminal,
en el grito que sacude la injusticia,
en la sílaba que alfabetiza a un niño.
En tu respeto a nuestra historia,
nos ofreces ser tus manos
para producir el arroz,
lavar la ropa familiar,
salvar la vida con una cirugía,
llegar en la caricia de los dedos
que alivia la fiebre sobre la frente
o enciende el amor en la mejilla.
En tu aparente parálisis,
nos envías a recorrer caminos,
somos tus pies y te acercamos
a las vidas más marginadas,
pisadas suaves para no despertar
a los niños que duermen su inocencia,
pisadas fuertes para bajar a la mina
o llevar con prisa una carta perfumada.
Nos pides ser tus oídos,
para que tu escucha tenga rostro,
atención y sentimiento,
para que no se diluyan en el aire
las quejas contra tu ausencia,
las confesiones del pasado que remuerde,
la duda que paraliza la vida,
y el amor que comparte su alegría.
Gracias, Señor, porque nos necesitas.
¿Cómo anunciarías tu propuesta
sin alguien que te escuche en el silencio?
¿Cómo mirarías con ternura,
sin un corazón que sienta tu mirada?
¿Cómo combatirías la corrupción
sin un profeta que se arriesgue?
(Benjamín González Buelta, SJ)

Comentarios

  1. Y finalmente, entiendo que tus caminos no son mis caminos, que tienes una caligrafía ilegible o soy yo que no entiendo tu letra.

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