Soy raro… pero creo que soy feliz


Dice Pagola en un libro reimpreso este año, ampliado respecto del original, que lleva por título “Es bueno creer en Jesús”, que es raro en nuestros días oír predicar sobre la felicidad. Es cierto que en el discurso oficial de la Iglesia cuesta muchas veces encontrar ese contenido, y que las homilías mitradas que hacen esa reflexión se cuentan con los dedos de una mano. Es cierto que nos sigue costando vincular proyecto de humanización y felicidad que Dios nos propone en Jesucristo como horizonte vital, con la felicidad concreta que estamos llamados a experimentar en Jesús, en nuestra vida cotidiana. Es cierto que eso es difícil hacerlo solo con mirar de lo que están llenos nuestros días, a no ser que esos días estén llenos también de la experiencia del encuentro y el seguimiento de Jesús, del dejarse querer por Dios.

Incluso entre los cristianos más comprometidos se habla más, en estos tiempos, de la justicia vengadora y exigente, anclada en la profética voz del Antiguo Testamento, que parece que se recupera con mayor provecho en esta situación de crisis, que de la experiencia de construir vitalmente un proyecto de felicidad humana anclado en Jesucristo, que es posible vivir cada día. Aquello muchas veces nos hace olvidar, u oscurecer, el horizonte de nuestra existencia. Y nos hace difícil anclar la esperanza en nuestra vida. Reivindicamos más de lo que somos capaces de gozar, y reclamamos mucho más de lo que la gratitud ocupa nuestra vida. Parece que no tiene sentido la existencia sin adversario, pero es sin Padre y hermano cuando no la tiene. Parece que hemos de sentirnos insatisfechos, sin acceder a la hondura de la satisfacción vital del sentido.

Hasta nuestra oración parece que tiene que dejar de lado la felicidad –podría ser inmoral- cuando ha de hacerse desde el sufrimiento del inocente. Y parece como si abdicáramos del núcleo de la fe, como si nos hubiésemos bajado de la Cruz, si nos permitimos un momento de felicidad en medio de la dureza de la vida.

Por eso digo que, debo ser raro. Entre tirios y troyanos, siento que mi peregrinaje es solitario en ocasiones. Rara es en mí la reflexión, la homilía de domingo o de diario donde falta la constate alusión a ese proyecto de felicidad de Dios para el que somos creados; rara aquella en la que falta la llamada a dejarnos querer por Dios, a dejarnos llenar de su amor que nos hace sentir físicamente la alegría cotidiana en medio de las dificultades. Insisto a tiempo y a destiempo –la última vez con las madres de catequesis hace dos días- en que nuestra vocación es ser felices al modo de Dios que nos enseña Jesús; ser felices hasta llorar de felicidad y reír sin fronteras. Y eso que para nosotros es nuevo y bueno, Buena Nueva, es lo que hemos de compartir y ofrecer: la causa de nuestra alegría, la razón de nuestra esperanza, el sostén de nuestro amor comprometido.

Quizá hemos dejado de saber comunicar (evangelizar) porque hemos dejado de saber vivir (creer). Dios es fuente de felicidad, también aquí, y hemos de procurar vivirlo así para comunicarlo así, porque solo por ese Dios fuente de felicidad y de amor, pueden sentir interés el hombre y la mujer de hoy.

Yo seguiré intentándolo, pese a los fracasos. Cada noche cuando me acurruque junto al Padre para echar la vista al día que he vivido y que termina, escuchando algo de música que me haga recentrarme en el hondón de mi existencia, y mientras mis ojos van cerrándose, experimentaré el abrazo sanador con que Dios me arropa, para poder, ya de mañana, embarcarme de nuevo en esa travesía de vida hacia la Vida. Seguiré siendo raro, porque en ese momento creo que soy feliz.

Comentarios

  1. Sigue siendo raro... porque así eres tu mismo y así nos gustas a los que tenemos la suerte de tenerte cerca.
    A veces me gustaría poder ser tan rara como tu...

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  2. Se necesitan muchos obreros para la mies, pero obreros felices que sepan comunicar que la gracia es superior a las adversidades. Es una suerte poder leer estas cosas.
    ¡Dios te bendiga cada día con una sonrisa!

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