¿Papolatría o papanatismo?


Esta permanente vocación fronteriza con que Dios le convoca a uno, a veces a la fuerza, hace que nunca esté en el sitio de los ganadores. Cuando los mares procelosos de la involución, el acomodo, la severidad de la ortodoxia, o el rechazo desde las alturas, se agitan, uno se siente escorar hacia las orillas de las intemperies de la fe. Cuando, por el contrario, los huracanes progresistas parecen adueñarse del valle, uno se queda arraigado en experiencias y esperanzas más simples, cautelosas y de paso largo.

El caso es que parece que se queda uno siempre en tierra de nadie, sin que ni unos ni otros, acaben por adoptarlo o reconocerlo como de la familia, y con la sensación de que a ninguno satisface. Y, por mor de la experiencia, sintiendo que está donde debe estar.

Me viene esto a cuento de las reacciones que he leído estos días, con profusión de adjetivos, en relación con la figura del papa Francisco y de algunos comentarios intercambiados sobre el tema. Las interpretaciones maximalistas de los gestos, o las lecturas reduccionistas de su pasado, parece que obligan siempre a estar a favor o en contra desde ya, sin remisión. Es decir que si no eres papólatra, parece que eres de esos papanatas que no ven nada bueno en el Papa solo porque es Papa, o solo porque antes fue obispo, o porque vivió en un tiempo y una época en que no contemporizó a gusto de todos.

Cuando los vientos van amainando, y a las primeras boutades van sucediendo informaciones más serenas, se va descubriendo que los papanatas no gozan de argumentos, sino de opiniones, a veces un tanto sesgadas y discutibles, y de pocos o ningún hecho. Se van conociendo hechos y declaraciones de los directamente implicados en que desmienten y argumentan con hechos, la falsedad de aquellas opiniones, o al menos su mala interpretación interesada.

Y por otra parte, cuando ante la sencillez de los gestos –significativos, sin duda- hay quien de modo inmediato llega incluso a calificar de “un nuevo Juan XXIII” a un Papa elegido hace escasas horas, que no ha convocado un concilio de la trascendencia del Vaticano II, que aún no ha tenido tiempo de hacer prácticamente nada, creo que se resbala uno peligrosamente hacia la papolatría que, sea de carácter conservador o progresista, es siempre idolátrica.

Cuando parece que los gestos transmiten una intención primera de “desacralizar” un ministerio eclesial, tirios y troyanos debieran hacer lo mismo. Las intenciones, las esperanzas, los aires, parece que apuntan en una dirección, pero como eso no son confirmaciones indubitadas de nada, me parece que las miradas atentas, esperanzadas y serenas, suelen ser la mejor manera de situarse, siempre que no olvidemos que al fin, la Esperanza, solo la cumple Dios en Jesucristo. Todo lo demás…

Así que no confundamos buenas sensaciones, o una cierta alegría, o espera cautelosa y atenta, o cierto recelo… con cheques en blanco ni con condenas perpetuas, y sigamos escuchando lo que Deus Semper maior nos dice y nos seguirá diciendo.

Comentarios

  1. Mi humilde opinión de lego, Fernando, con su escasa validez, es la coincidencia con lo que planteas: en el fiel de la balanza. Estoy tan esperanzado como la Iglesia con la necesidad de que esa esperanza se cumpla, pero dando tiempo al tiempo, no me olvido de que mi único líder es Cristo.

    Gracias por tu clarividencia.

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