Tríptico de vísperas madrileñas

I

Alguna de mis visitas a Madrid me permiten, muy de tarde en tarde, disponer de un tiempo de solaz, sin prisas y en calma, que me gusta destinar a recorrer algunos lugares,por el simple hecho de pasearlos, o a recorrer en autobús los trayectos necesarios para acudir a los encuentros con los amigos. El tiempo es un lujo en Madrid. Es un lujo disponer de él, y cuando se dispone, hay que disfrutarlo. El trayecto del autobús se me hace pausado, pero no tengo prisa. Eso me permite fijarme en los rostros y las conversaciones. Ya he dicho en otra ocasión que la gente de Madrid puede dividirse en dos clases, los que van en metro, y los que viajan en autobús. Estos muestran otra alegría, otra mirada, en la que me gusta encontrarme reflejado, a través de los rayos de sol de la tarde, de este sol adolescente que la longeva primavera va dejándonos disfrutar, antes de que llegue, en unos días, el verano. El regreso, que haré de noche, permite terminar la jornada con otro paseo sin prisa. Y entre el de ida y el de vuelta, el paseo por el Retiro. Lo dicho, Madrid es para pasearla sin prisa. El tiempo en Madrid es un lujo que me regalo, de vez en cuando.

II

El tiempo se hace lujo cuando acoge el encuentro amistoso, y se detiene. Sin reloj podemos pasear, compartir la confidencia, hacer del paseo casi un sacramento. La muerte y la vida encarnan la conversación. Compartirla nos hermana. Nuestros pasos se acompasan al ritmo de las palabras, ajenos al ruido de la chiquillería que juega en los jardines. Abrir el corazón viene bien, y también acoger lo que derrama. Nos humana y nos hermana. La precoz nevada de semillas de los plátanos de indias envuelve la conversación en esa bruma de calma que ahonda la charla más aún. Nos aísla del bullicio. Convierte el momento en acontecimiento. Poder pasear por el Retiro, sin prisa, es otro lujo, adobado por el no menor de la amistad. Aunque la muerte tantas veces hace presa, no hay duda: estamos hechos para la Vida. Pero esto es algo que hemos de ir descubriendo poco a poco, a veces a través del desgarro de la propia vida. Nos ha hecho bien hablar, y compartir sentimientos, experiencias, confidencias, vida. El sol se va alejando y nuestra conversación se va tornando otra.

III


Aún queda tiempo -el lujo se estira- para echar un vistazo por la Feria del libro, y rebullirse entre títulos, lectores y libreros, para descubrir cuánto hay que no he leído aún. Recalo en la caseta de los amigos de La Buena Vida, buscando un libro, y me llevo tres: el que venía buscando, otro que busqué hace algún tiempo y hoy, por fin, encuentro en la caseta de la lado, gracias a la generosa indicación de los amigos de la Buena Vida, y un tercero que me recomiendan ellos, para lanzarme a la aventura de lo desconocido, fiándome de su recomendación.

Espero a llegar a casa para abrir el primero. Antes me lavo las manos. Hay que lavarse las manos antes de abrir un libro nuevo. Es algo que hay que hacer con amor, con suavidad y calma, como si se desabotonara la blusa de la amada antes de sumergirse en el misterio. Empezar a leer un libro tiene algo de misterio, de relación nueva, y hay que atreverse a no esperar nada de antemano. Hay que esperar siempre la novedad, dejar que nos sorprenda. El libro que hoy me llega ha sido escrito para mí, y tengo que entrar en su historia casi reverencialmente. Entregarnos a él es la mejor manera de obtener lo mejor del mismo. Eso requiere calma, paciencia, cariño. Requiere tiempo, sin prisa. El tiempo, no lo dudo, es un lujo; y la amistad, y el paseo, y la fresca tarde madrileña, y la conversación, y Madrid, y los libros.

Comentarios

  1. ¡Precioso tríptico, Fernando! Un bello texto literario, reflexivo, sobre Madrid y el tiempo, el tiempo del lector y paseante. Viví 23 años en Madrid; trabajaba junto a Retiro y este pulmón madrileño fue mi refugio en muchas ocasiones, refugio de lecturas, de paseos, de meditaciones...
    Un abrazo

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