El atrio

Publicado en Noticias Obreras-Julio 2013

Los atrios son esos espacios a la puerta de las Iglesias, sobre todo de las antiguas, que el Diccionario de la Real Academia define como “Andén que hay delante de algunos templos y palacios, por lo regular enlosado y más alto que el piso de la calle.” La mía, aunque de los años 70, lo tiene y hermoso.

El hecho de estar algo más alto que la calle –un solo escalón basta- permite otear la vida que transcurre de puertas de la Iglesia hacia afuera, con una cierta perspectiva. Y el hecho de estar a la puerta de la Iglesia permite mantener esa doble mirada a lo que sucede fuera y a lo que se vive y celebra dentro del templo. El atrio es ese espacio en que se funden la fe y la vida, la calle y el templo. Tiene más de puente que de frontera.

El atrio es el lugar por el que se entra a la Iglesia, cuando se accede desde la calle, como cuando venimos a celebrar la Eucaristía, o a encontrarnos para orar juntos, o a estar simplemente solo junto al Señor; y es el lugar por el que –después de celebrar y orarla- salimos de nuevo a la vida cotidiana, a las relaciones familiares y sociales, a los conflictos, a la lucha, para vivir aquello que celebramos.

Por mucho que queramos tener siempre limpio e impoluto el atrio, resulta casi imposible: el viento arrastra hojas, se moja cuando llueve, a veces dejamos las pisadas con los zapatos húmedos de la calle, o al restregarlos. El atrio es calle.

El atrio es el lugar del encuentro, del saludo, de la acogida, del recibimiento, de las puertas abiertas, y es también el de comentar la vida, interesarnos por el otro, saber de sus alegrías y sus tristezas. Es el lugar donde se va conformando la comunidad que se constituye cuando atravesamos la puerta y empieza la celebración.

Es también el lugar de la despedida, del saludo final, de las recomendaciones y encargos que nos hacemos para el tiempo que media hasta que volvamos a encontrarnos. Es el último escalón antes de bajar a la calle para hacer vida el envío de cada Eucaristía.

El atrio de nuestras Iglesias es la metáfora de la misma Iglesia: en la calle, pero con perspectiva, la que da la fe; con el oído atento a lo que va llegando de la calle, lugar de acogida y encuentro; capaz de transformarnos de desconocidos, o simples vecinos, en hermanos, en miembros de una comunidad, de una familia. Es el lugar del encuentro y la escucha, del envío a la misión. Es el lugar del tiempo sin prisa, de la apertura.

Deberíamos acostumbrarnos más a frecuentar los atrios, los de nuestras iglesias, y los de la vida. También, ¿por qué no?, éste.

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