El atrio de octubre

Os dejo el artículo publicado en Noticias Obreras del mes de Octubre.

Me zarandea en mi tranquilidad el aviso de que tengo que ir cerrando la entrega del “atrio” para este número. ¡Tempus fugit! ¿Ya? Un nuevo curso, un nuevo comienzo, volver a la rutina de los quehaceres, al ritmo de reuniones, encuentros, programaciones, problemas, sueños, esperanzas, posibilidades, deseos y también la carga de algunos fracasos anteriores. ¿Qué pasará este curso? ¿Por fin se acabará la crisis y la recesión, y el paro, y dejará de haber desahucios, y precariedad? ¿Seremos capaces de avanzar en justicia, en dignidad, en paz? ¿Empezará a ser la pobreza un mal recuerdo para muchas familias? ¿Nuestra Iglesia dará pasos significativos para crecer en fidelidad evangélica a Jesucristo y a los pobres? ¿Nuestros proyectos evangelizadores encontrarán al fin concreciones que nos impulsen a recorrer la vida tomados de la mano de Dios y los hermanos para humanizar la existencia toda? ¿Y yo? ¿Seré capaz yo de avanzar de manera decidida en este empeño por seguir a Jesucristo siempre y en toda circunstancia? ¿Y la parroquia, y... O, al final, ¿todo seguirá igual que el año anterior, y el otro, y el otro? Y, además, ¿nos podemos permitir seguir igual?

En estas elucubraciones ando mientras abro la verja del atrio, cuando pasa Dolores, contenta porque le han dada de alta en la seguridad social de los empleados de hogar; y José Luis, que se ha quedado sin trabajo, pero le han salido unas chapuzas este mes, que le permiten un respiro; y Antonio, que por fidelidad y fe se enfrenta al juicio de faltas por las luchas por el centro social del curso pasado; y pasa Carmen, cuyo hijo con más de cincuenta años es un caso perdido en el pozo de la droga y la exclusión, y pasa Salud que sigue teniendo a su marido en paro, desilusionado, y ella buscando trabajo sin encontrar; su niña empieza este año la catequesis. Y pasan a decirme que se ha muerto África, joven, con dos niños pequeños, de cáncer, y que las vecinas quieren celebrar la Eucaristía por ella y su familia. Y pasa Ángela, a compartir entre lágrimas su deseo de sentirse Iglesia, de seguir en ella, y de sentirse mirada y acogida con compasión. Y pasan Fernando y Pedro, contentos con la experiencia del campamento del Junior, y dispuestos a retomar las reuniones, deseando que acabe el curso para irse otra vez al campamento. Y pasan quienes han echado los papeles para los puestos de trabajo que oferta el Ayuntamiento, para “personas en situación de vulnerabilidad” (la manera fina de no decir pobres)

Y cuando te das cuenta ¡zas! Es lo que tiene esta Iglesia que, en cuanto abres la verja y las puertas, se te escapa Dios afuera, y hay que salir a buscarlo, y sucede entonces como dice el poema, “por todas partes te busco, y en todas partes te encuentro, solo con irte a buscar”.

Claro que sé lo que tiene que pasar este curso, me digo. Sé que tendremos que seguir saliendo a la vida para buscar a Dios y encontrarnos con Él, y así poder caminar humildemente con Él. Tendremos que salir para que cada vez que volvamos a entrar, Él venga también con nosotros. Y en este trasiego de dentro afuera, y vuelta, iremos rozándonos con Dios para poder vivir la vida. Tras cada problema y cada situación, tras cada esperanza, tras cada pequeño logro de humanidad, tras cada gesto de compasión, se nos irá desvelando su rostro. Porque, en el fondo, no salimos para salvar a nadie, sino para que, al no encerrarnos, al compadecer, al caminar con, podamos respirar, llenarnos de vida y, en definitiva, seguir también nosotros vivos.

A lo mejor nos llenamos de polvo, pero dejaremos de oler a humedad. En el fondo la tarea que se nos avecina es la de hacer creíble a esta Iglesia que somos y para ello encontrar las formas de pasar haciendo el bien, así que nos pondremos manos a la obra.


Fernando C. Díaz Abajo

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