NO OS DEJEIS ROBAR LA ESPERANZA

(Publicado en Noticias Obreras de noviembre)

No me emociono fácilmente en los acontecimientos de masas, civiles o religiosos, porque me parece que suelen estar trufados de un sentimentalismo poco acorde con la espesura de la vida. Tampoco me considero papólatra (ni de izquierdas ni de derechas, que de los dos hay) y soy poco papista –de cualquiera de los que han sido, son, y serán- y por eso no me encontraréis coincidiendo con quienes desde el principio se rasgan las vestiduras con cada palabra o gesto del Papa Francisco, ni con quienes, por el contrario, juran que el mismísimo Espíritu Santo se ha hecho carne en Él desde que apareció por primera vez en el balcón central de la Logia Vaticana.

Sin embargo, hace unos domingos por la tarde que tenía tiempo libre, decidí ver el vídeo de la visita del Papa a Cagliari y su encuentro con el mundo del trabajo[1]. Era, si queréis, un interés “profesional”: a ver si hay algún texto, alguna frase, algo que sirva para la reflexión, para usarlo en las próximas jornadas, para… Lo veía sin excesivo interés, pensando y haciendo otras cosas a la par, era otro vídeo como tantos, hasta que al llegar al lugar de celebración del encuentro lo primero que escucho sin mucha introducción previa es el testimonio de un trabajador en situación de desempleo, de largo desempleo, que le cuenta al Papa cómo siente que le roban la dignidad por no posibilitarle trabajar.

Y en ese preciso instante me dejé absorber por la novedad de lo que estaba sucediendo, por las imágenes, las palabras, las miradas y los gestos, atento con mi precario italiano, a cada palabra. Fue una experiencia intensa, espiritual, orante, ver y escuchar los tres testimonios, ver y escuchar al Papa, y ver-siguiendo las imágenes- los rostros y las lágrimas de quienes en medio de la gente, escuchaban, oraban, y lloraban, llevando escrito sobre el casco o en el mono de trabajo, sus luchas y sus esperanzas. ¿Qué estaba pasando allí?

El Papa escuchaba. Todos los Papas suelen escuchar. Pero en esta ocasión uno advierte que la escucha no es protocolaria. Es una escucha orante que acoge y hace suyas las situaciones que le están exponiendo. Y, porque escucha, es capaz de dejar a un lado su discurso preparado (que no debéis  dejar de leer) para hablar desde esa realidad sufriente que le presentan: habéis compartido vuestra vida conmigo y yo quiero compartir mi propia experiencia con vosotros y lo que la vuestra provoca en mí. La actitud del diálogo, de la escucha, de la acogida, de la empatía, que permite ofrecer la esperanza que requiere esa concreta realidad sufriente. Es una llamada a toda la Iglesia, a cada creyente, pero especialmente a la Pastoral Obrera. Tampoco nosotros somos quienes tenemos todas las respuestas aprendidas, y quienes vamos a salvar el mundo obrero. Hemos de escuchar, hemos de estar cerca, abrazados a los hombres y mujeres del trabajo. Es nuestra primera responsabilidad: estar, acompañar, compartir. Y el Papa nos lo ha recordado. Solo desde la cercanía vital con las víctimas de este sistema que roba la dignidad que solo puede nacer del trabajo humano es posible escuchar, y comprender, y poder decir algo.

El Papa se dejaba interpelar por la realidad y la iluminaba. Decir algo que no sea una palabra de una Iglesia arropada en sus seguridades que viene a dejar un consuelo vacío. Una palabra capaz de surgir tras el discernimiento que nos ayuda a descubrir las causas del mal y de la injusticia: nos roban la dignidad los sistemas injustos, esta economía deshumanizada que no pone en el centro de la existencia al ser humano, porque es incapaz de poner en el centro a Dios; han optado por el dios Dinero. Y, sin embargo, no es ese el sueño de Dios para la humanidad. No está dicha la última palabra, que es siempre de vida y esperanza, y la pronuncia el Dios de la misericordia. La falta de trabajo roba la dignidad y hemos de luchar por el trabajo digno sin dejarnos robar la esperanza. Hay otro mundo posible, otro trabajo posible y digno, y hacerlo surgir en la historia también es tarea que compete a la Iglesia y a los cristianos.

Un papa abrazado. Todos los Papas abrazan y besan, aunque no siempre se les note la naturalidad del gesto. Este sí. Abraza y besa humanamente. Solo hay que verlo. Y genera el abrazo y el beso espontáneo del otro. Ni siquiera como respuesta, porque en muchas ocasiones antecede el abrazo y el beso de la otra persona. Se adelantan a abrazarlo. Abrazos y besos humanos que expresan mucho más de lo que se puede decir con palabras. Abrazos y besos de acogida de quienes sienten cercano a su sufrimiento y compartiendo su lucha a este Papa capaz de prestar oído a su queja, y de seguir animando la esperanza. Es el estilo que ya se nos proponía en Cáritas in Veritate: con los brazos levantados hacia Dios (CV 79) y abiertos a los trabajadores.

La gran novedad de Cagliari no está en el contenido porque todo eso lo dice la Iglesia desde hace mucho. La falta de trabajo roba la dignidad; cuando no hay trabajo o éste es inhumano, falta la dignidad, se oscurece el rostro de Dios. La Iglesia está llamada a encontrarse con Cristo sufriente en el mundo obrero, para desvelar su presencia, y eso hay que hacerlo mediante la encarnación en las condiciones de vida y trabajo del mundo obrero, acompañando y caminando con quienes sufren, para abrir caminos de esperanza. La Iglesia no puede callar ante la injusticia y debe denunciarla proféticamente. La novedad es que eso se dice abrazados a los trabajadores, mientras con ellos se alzan los brazos a Dios en oración, siendo uno con ellos. Y eso es magisterio del Papa. Ved el vídeo del encuentro, orad con él, y salid al encuentro de los hermanos que sufren la precariedad, el desempleo, el trabajo injusto, a seguir haciendo pastoral obrera.

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