NO OS DEJEIS ROBAR LA ESPERANZA
No me emociono
fácilmente en los acontecimientos de masas, civiles o religiosos, porque me
parece que suelen estar trufados de un sentimentalismo poco acorde con la
espesura de la vida. Tampoco me considero papólatra (ni de izquierdas ni de
derechas, que de los dos hay) y soy poco papista –de cualquiera de los que han
sido, son, y serán- y por eso no me encontraréis coincidiendo con quienes desde
el principio se rasgan las vestiduras con cada palabra o gesto del Papa Francisco,
ni con quienes, por el contrario, juran que el mismísimo Espíritu Santo se ha
hecho carne en Él desde que apareció por primera vez en el balcón central de la
Logia Vaticana.
Sin embargo, hace
unos domingos por la tarde que tenía tiempo libre, decidí ver el vídeo de la
visita del Papa a Cagliari y su encuentro con el mundo del trabajo[1]. Era, si queréis, un
interés “profesional”: a ver si hay algún texto, alguna frase, algo que sirva
para la reflexión, para usarlo en las próximas jornadas, para… Lo veía sin
excesivo interés, pensando y haciendo otras cosas a la par, era otro vídeo como
tantos, hasta que al llegar al lugar de celebración del encuentro lo primero
que escucho sin mucha introducción previa es el testimonio de un trabajador en
situación de desempleo, de largo desempleo, que le cuenta al Papa cómo siente
que le roban la dignidad por no posibilitarle trabajar.
Y en ese preciso
instante me dejé absorber por la novedad de lo que estaba sucediendo, por las
imágenes, las palabras, las miradas y los gestos, atento con mi precario
italiano, a cada palabra. Fue una experiencia intensa, espiritual, orante, ver
y escuchar los tres testimonios, ver y escuchar al Papa, y ver-siguiendo las
imágenes- los rostros y las lágrimas de quienes en medio de la gente,
escuchaban, oraban, y lloraban, llevando escrito sobre el casco o en el mono de
trabajo, sus luchas y sus esperanzas. ¿Qué estaba pasando allí?
El Papa escuchaba. Todos los
Papas suelen escuchar. Pero en esta ocasión uno advierte que la escucha no es
protocolaria. Es una escucha orante que acoge y hace suyas las situaciones que
le están exponiendo. Y, porque escucha, es capaz de dejar a un lado su discurso
preparado (que no debéis dejar de leer)
para hablar desde esa realidad sufriente que le presentan: habéis compartido
vuestra vida conmigo y yo quiero compartir mi propia experiencia con vosotros y
lo que la vuestra provoca en mí. La actitud del diálogo, de la escucha, de la
acogida, de la empatía, que permite ofrecer la esperanza que requiere esa concreta
realidad sufriente. Es una llamada a toda la Iglesia, a cada creyente, pero
especialmente a la Pastoral Obrera. Tampoco nosotros somos quienes tenemos
todas las respuestas aprendidas, y quienes vamos a salvar el mundo obrero.
Hemos de escuchar, hemos de estar cerca, abrazados a los hombres y mujeres del
trabajo. Es nuestra primera responsabilidad: estar, acompañar, compartir. Y el
Papa nos lo ha recordado. Solo desde la cercanía vital con las víctimas de este
sistema que roba la dignidad que solo puede nacer del trabajo humano es posible
escuchar, y comprender, y poder decir algo.
El Papa se dejaba interpelar por la realidad y la
iluminaba. Decir algo que no sea una palabra de una
Iglesia arropada en sus seguridades que viene a dejar un consuelo vacío. Una
palabra capaz de surgir tras el discernimiento que nos ayuda a descubrir las
causas del mal y de la injusticia: nos roban la dignidad los sistemas injustos,
esta economía deshumanizada que no pone en el centro de la existencia al ser
humano, porque es incapaz de poner en el centro a Dios; han optado por el dios
Dinero. Y, sin embargo, no es ese el sueño de Dios para la humanidad. No está
dicha la última palabra, que es siempre de vida y esperanza, y la pronuncia el
Dios de la misericordia. La falta de trabajo roba la dignidad y hemos de luchar
por el trabajo digno sin dejarnos robar la esperanza. Hay otro mundo posible,
otro trabajo posible y digno, y hacerlo surgir en la historia también es tarea
que compete a la Iglesia y a los cristianos.
Un papa abrazado. Todos los
Papas abrazan y besan, aunque no siempre se les note la naturalidad del gesto.
Este sí. Abraza y besa humanamente. Solo hay que verlo. Y genera el abrazo y el
beso espontáneo del otro. Ni siquiera como respuesta, porque en muchas ocasiones
antecede el abrazo y el beso de la otra persona. Se adelantan a abrazarlo.
Abrazos y besos humanos que expresan mucho más de lo que se puede decir con
palabras. Abrazos y besos de acogida de quienes sienten cercano a su
sufrimiento y compartiendo su lucha a este Papa capaz de prestar oído a su
queja, y de seguir animando la esperanza. Es el estilo que ya se nos proponía
en Cáritas in Veritate: con los brazos levantados hacia Dios (CV 79) y abiertos
a los trabajadores.
La gran novedad de Cagliari no
está en el contenido porque todo eso lo dice la Iglesia desde hace mucho. La
falta de trabajo roba la dignidad; cuando no hay trabajo o éste es inhumano,
falta la dignidad, se oscurece el rostro de Dios. La Iglesia está llamada a
encontrarse con Cristo sufriente en el mundo obrero, para desvelar su
presencia, y eso hay que hacerlo mediante la encarnación en las condiciones de
vida y trabajo del mundo obrero, acompañando y caminando con quienes sufren,
para abrir caminos de esperanza. La Iglesia no puede callar ante la injusticia
y debe denunciarla proféticamente. La novedad es que eso se dice abrazados a
los trabajadores, mientras con ellos se alzan los brazos a Dios en oración,
siendo uno con ellos. Y eso es magisterio del Papa. Ved el vídeo del encuentro,
orad con él, y salid al encuentro de los hermanos que sufren la precariedad, el
desempleo, el trabajo injusto, a seguir haciendo pastoral obrera.
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