Soledad

La imagen es de ayer. Ha terminado la primera jornada de trabajo del Sínodo sobre la familia. El Papa vuelve a casa, a pie, solo. Está a la vuelta de la esquina, son unos pocos metros. La foto no deja de impresionarme. Lo hizo ayer al verla por primera vez, y lo sigue haciendo cada vez que la vuelvo a mirar. Es la foto de la soledad. 

Sin secretarios, familiares, sin corte, ni siquiera su famoso maletín negro; sin nada, solo. Empequeñecido por la distancia y los altos muros.Como cualquiera de nosotros al terminar una jornada en la parroquia, cuando todos vuelven a sus casas. Volvemos solos.

Como muchos de vosotros, cuando termináis la jornada de trabajo, o las actividades del día, con el peso del día a cuestas, aunque os encontréis con más gente, con la familia, en casa; volvéis solos.

Es la soledad que nadie puede llenar, salvo Dios. Es la soledad que solo puede ser habitada por Dios. Quizá las lámparas que iluminan el camino quieren hacer sentir que esa soledad está habitada. Pero no deja de pesarme la imagen. ¿Qué irá pensando, de vuelta a casa? ¿Qué irá rezando y sintiendo? ¿Qué felicidades o angustias se lleva consigo? ¿Habrá visto la luna prácticamente llena que brillaba anoche? ¿Se lo habrá permitido la altura de los muros?

En esos pocos metros no hay nadie con quien compartir nada de lo vivido o sentido. Felicidades o soledades, las ha de cargar uno mismo. Mañana, quizá mañana...

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