Las crisis, por definición, son temporales
En el mes de junio creo que publiqué un breve artículo en la revista 21 (@revista21) Digo creo, porque me lo pidieron, lo mandé y quedaron en enviarme un ejemplar cuando se publicase. Un ejemplar que no me ha llegado. Así que, liberado de exclusividad, os lo dejo por si sirve:
Las crisis por definición son temporales, pasajeras, tienen principio y fin. La estabilidad y la permanencia no son sus características, ni aun en la séptima acepción de la palabra que ofrece el DRAE: situación dificultosa o complicada. Nadie vive permanentemente en crisis. De ellas se entra y se sale, necesariamente.
Unas veces salimos porque se supera la situación para mejor; otras, al contrario, porque empeora de tal modo que deja de ser crisis, se convierte en normalidad, aunque normalidad empeorada. ¡Cómo les gustaría hoy a muchos ser mileuristas!
El Gobierno repite machaconamente que hemos salido de la crisis porque los datos macroeconómicos mejoran, porque devolvemos parte de las deudas, porque vuelve a fluir el capital en los mercados, y cosas así. Por una vez me parece que estoy dispuesto a darle la razón: hemos salido de la crisis; de esa crisis. Ya no estamos en una crisis financiera. Ahora es mucho peor, porque la cuestión no es si salimos, sino hacia dónde y cómo estamos saliendo. La cuestión es quiénes han sido capaces de salir de la crisis, o ni se han visto afectados por ella, y quiénes, por el contrario, se han quedado en el camino y no saldrán.
Puede ser que hayamos salido de la crisis de los grandes números, pero eso ha sido posible a costa de dejar las cunetas del camino alfombradas de cadáveres, que nunca saldrán de ellas: los de quienes han perdido el trabajo y por su “elevada edad” (cuarenta o más) cada vez tendrán más difícil encontrar un empleo; algunos nunca volverán a trabajar. Los de quienes en ese camino se han visto desahuciados de sus viviendas; los de aquellos que, a pesar de tener trabajo, lo tienen en situación de tal precariedad que jamás saldrán de la pobreza. Los cadáveres de los jóvenes que, con “minijobs” o “contratos cero”, no podrán siquiera pensar en construir un proyecto personal de vida familiar. Los cadáveres de mujeres e inmigrantes que son excluidos de eso que se llama la “economía formal”, y pasarán –en muchos casos ya lo son- a ser invisibles para este sistema…
Quizá hemos salido de aquella crisis, pero más empobrecidos, más deshumanizados, más individualistas, más tristes y desesperanzados. Salimos más vulnerables de lo que entramos. Esa situación empieza a convertirse en normal, en lo corriente, en algo que no llamará la atención y a lo que acabaremos acostumbrándonos. Y ahí está, a la vez, el reto: humanizar la vida, recobrar la dignidad, reorientar nuestra existencia hacia la comunión, como camino que haga posible un hoy de fraternidad y justicia. Si avanzamos por ahí, entonces sí, puede ser que salgamos de la crisis de humanidad que nos envuelve, porque en esta aún andamos metidos.
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