Dios llena el silencio

El silencio es uno de los mayores regalos. El silencio del mar o la montaña, el de la ciudad aún dormida, el del día que despunta. El silencio prolongado, sostenido, obliga a oír, a prestar atención a cuanto lo habita. Dios llena el silencio poniéndome a la escucha de historias, como la de Noemí y Rut, y tantos obligados a emigrar. Dios llena el silencio con su ternura que me acoge en mi pecado, con misericordia. Dios me recuerda en el silencio mi condición de peregrino para descubrir en el silencio, a cada paso, el susurro de Dios, para hacer de cada momento espacio de hospitalidad. Y Dios en el silencio me sigue animando a reemprender el camino que aún queda por recorrer. Esta mañana tengo que agradecer el silencio, y al Dios que lo habita.

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