Pecado cordial

La lectura de un excelente artículo de Pedro Rodríguez Panizo en el número de verano de la revista Sal Terrae me ha hecho encontrarme con la expresión de Ortega que da título a esta entrada: pecado cordial. Y me ha hecho rememorar lo sucedido hace unos días, y recordar lo que sentí, lo que el artículo me confirma. No iba yo descaminado.

Ortega habla de pecado cordial para referirse al que tiene su sede en los pliegues del corazón: la injusticia de la sordera ante los matices casi infinitos del dolor ajeno; la ceguera ante la estimación de los valores, que piden compromiso más que hacer cosa de ellos; las palabras dichas a destiempo o no dichas cuando conviene; el pensamiento de "brocha gorda", que lleva al tópico, al lugar común, a lo chabacano y superficial.

Yo no sabía el nombre, pero era consciente de la existencia de ese pecado en mi vida. Ahora lo nombro, y me reafirmo en que se trata de pecado, un pecado de injusticia. 

Hace unos días sentí la necesidad de confesarme cuando acudí -de feligrés, como suelo hacer a veces en vacaciones, y como después he visto que ha hecho también el Papa Francisco- a la celebración de la Eucaristía. Llegué con tiempo y aproveché la ocasión. El sacerdote, un canónigo de cierta catedral, me oye, y le digo que entre mis pecados se encuentra el que me voy volviendo insensible al sufrimiento del otro, que voy dándome justificaciones, para no "apreciar los matices casi infinitos del dolor ajeno", que lo intelectualizo, y que eso me preocupa, porque hace crecer en mí un corazón de piedra. La respuesta del buen cura me dejó casi atónito: eso no es pecado, porque es lo que debemos hacer. No podemos enfrentarnos al sufrimiento del mundo cuando nos topamos con él.

Estuve tentado de interrumpirle y corregirlo, pero me quedé pasmado. A todo el sufrimiento junto, de una vez, de toda la humanidad, quizá no, pero yo hablo de cada sufrimiento concreto y personal que me llega cada día. ¡Cómo no va a ser pecado cerrarte al dolor ajeno! ¡Cómo no va a serlo no escuchar el sufrimiento del prójimo! ¡Cómo no va a serlo pasar de largo, como si no existiera, haciendo oído sordo a su clamor! Claro que lo es; es pecado cordial. Recordé y vuelvo a recordar hoy, este pasaje de Isaías 58,7-10:

Así dice el Señor: «Parte tu pan con el hambriento, hospeda a los pobres sin techo, viste al que ves desnudo, y no te cierres a tu propia carne. Entonces romperá tu luz como la aurora, en seguida te brotará la carne sana; te abrirá camino la justicia, detrás irá la gloria del Señor. Entonces clamarás al Señor, y te responderá; gritarás, y te dirá: "Aquí estoy." Cuando destierres de ti la opresión, el gesto amenazador y la maledicencia, cuando partas tu pan con el hambriento y sacies el estómago del indigente, brillará tu luz en las tinieblas, tu oscuridad se volverá mediodía.»

Hoy siento la necesidad de renovar ese compromiso cordial de escucha, de oído, de humildad y contemplación ante el concreto sufrimiento ajeno, para no caer en pecado, poder clamar al Señor, y esperar su respuesta.

Fuera es casi de noche. Habrá que encender la luz. Dentro, la oscuridad se va volviendo mediodía.



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