Tanto lienzo, y ¡tan poca palabra!


Terminada la Asamblea General, la 13ª, de la HOAC, regresado a Sevilla por pocos días, toca empezar, ya de forma definitiva, una nueva etapa en mi vida. Estos próximos días serán de comer lo que no se ha de quedar en la nevera, de coladas y planchas de la ropa del viaje, de cerrar cuestiones en esta ciudad, de hacer maletas y planificar el viaje, y partir.

No hay mucho que llevarse: la ropa necesaria, por supuesto; papeles, algún libro pendiente de leer y alguno que será imprescindible; el ordenador y algunos cacharros más por lo sentimental que por lo útil. Los equipajes de un cura deben ser así: ligeros.

Este peregrino emprende una nueva etapa del viaje de la vida. Con los lógicos miedos, pero cargado de esperanzas y de ilusiones. No por lo que yo vaya a hacer, no por los méritos de lo que yo haga, sino por la vida que se abre delante de mí como un regalo inmerecido: nuevos lugares, nueva tarea, nuevos compañeros, nuevo equipo, nuevos horizontes y esperanzas... Todo inmerecido. Una nueva etapa en la que ofrecer lo que soy y tengo, y en la que acoger, aprender, escuchar, saber ver y oír. Es mucho lo que se me confía, y espero responder a la confianza con la ayuda de Dios.

Entre las esperanzas y deseos, el de cambiar algo el blog. Poder darle otro contenido que hasta ahora no podía. Como dice la foto, de la pintada de una pared en Segovia, hay demasiado lienzo aquí para tan poca palabra, y habrá que corregir eso.

No esperéis nada concreto o determinado. Unas veces las reflexiones serán más profundas; otras, más personales. Algunas quizá quieran ser pro-vocativas, o simplemente vocativas. Unas pocas lo lograrán. Otras serán simplemente un desahogo, un lloraros en el hombro, o un contarnos la vida con una sonrisa. No esperéis tampoco una cadencia determinada, sujeta a la prisa de la entrega prometida. Irán saliendo cuando salgan.

Los veranos suelen traerme regalos inesperados. Este también. Entre otros, el regalo de un amigo que el día en que nos despedimos me dijo que yo tenía un don: sabía narrar, contar historias. Le gustaba mi manera de narrar las cosas y me dijo que no dejara de hacerlo. Yo nunca he creído que tuviera ese don o que mi forma de contar las cosas le pudiera gustar a alguien más que a mí, pero he decidido acoger su regalo, fiarme de su mirada cuando lo decía, y volver a narrar. Iremos tejiendo un lienzo nuevo de palabras compartidas. Ya que hay lienzo suficiente, que haya palabras, que  haya historias, que haya encuentros.

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