De pálpitos y púlpitos

Como regalo al despertar recibo de mi amigo Félix varias imágenes de la nevada de ayer en Urkiola, que nos traen el recuerdo de la de hace dos años, que nos tuvo aislados durante una semana intensa,  haciéndose ocasión de oración, de calma, y de encuentro...

Sabía que nevaba en Urkiola y que me llegaría, seguro, alguna imagen. Es la manera de compartir en la distancia el recuerdo y el presente. Me daba -le digo a mi amigo- el pálpito de que me llegaría alguna. Y su respuesta ha sido otro regalo para hoy, mientras en la oración acogía el día: "sois cada vez menos la gente de púlpito que mantenéis vivos los pálpitos".

Mi oración ha ahondado en intensidad en el agradecimiento, porque alguien crea que sigo siendo capaz de mantener vivos los pálpitos -los míos y los suyos- en estos tiempos gaseosos e insensibles ante el sufrimiento y ante la belleza; o sea, ante Dios y el ser humano.

Mi oración ha sido agradecida por ver hoy, nuevamente, el sentido de mi vida expresado en esa forma: mantener vivos los pálpitos: los del músculo de carne, los de la vida, y también -otro amigo sonreirá hoy- los de ese corazón que impulsa la existencia. Que sé y sigo pensando que no es lo mismo existir que vivir, y hemos de existir.

Gracias por la capacidad de palpitar con la existencia cada día, y gracias porque -aunque no siempre lo vea- parece que ayudo a otros a encontrar ese pálpito de vida, y a hacer que lata, y a compartir juntos -en un solo pálpito- la existencia. Eso es mantener vivos los pálpitos.

Pero, también, mi cabeza y mi corazón volaban con cierta amargura hacia esa "gente de púlpito", que no de pálpito. Esos hombres y mujeres insensibles más que para su propio egoísmo, capaces de soflamas, incapaces de inflamarse. Dispuestos a engolar la voz, pero incapaces de abultar la lágrima. Que blanden dedos amenazadores como espadas afiladas, pero incapaces de abandonarse en un abrazo. De esos sigue habiendo, muchos en en este mundo, y -por desgracia- bastantes en esta Iglesia.

Ser de pálpito también es desenmascarar a los de púlpito, ayudándoles a bajar a ras de vida.

Ser de pálpito y no de púlpito. Esa es mi oración hoy. Ser capaz de compartir la existencia sufriente de los otros, con entrañas conmovidas, o de estremecerme con ellos ante las alegrías insondables, y ser capaz de temblar ante la luz que traspasa el hielo y las pocas hojas de los árboles en la invernada. Ser de pálpito es latir, ante tu presencia cotidiana, con tu mismo corazón.

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