Mis patrias

No soy nacionalista porque estoy convencido de que es algo que tiene poco, más bien nada, que ver con la fe cristiana. No soy nacionalista ni de un lado ni de otro. Eso de las banderas no deja de ser un sentimiento envuelto en tela que termina por impedir ver la realidad como es. Mis patrias de verdad, si es que la palabra vale para entendernos, son mis patrias chicas: la ciudad donde nací, el pueblo de mi abuelo, el pueblo en que nació mi madre, los lugares donde he vivido y vivo, y todos aquellos sitios que han significado algo en mi vida en un momento u otro, durante un período mayor o menor. Y, especialmente, los lugares donde uno tiene personas a las que quiere y que le quieren. Y, por eso mismo, puedo sentirme sevillano por nacimiento, vasco por origen, castellano de la tierra del Cid por mis ancestros maternos, y onubense de Moguer por los paternos; andaluz porque es mi tierra, madrileño porque es donde vivo, parisino porque allí me engendraron, y abierto a acoger toda la riqueza que tanta diversidad me aporta. Yo soy esa mezcla: la de los lugares de mis raíces, pero también la de los lugares de mis frutos, también la de los vientos que me han acariciado, y la de los pasos y caminos que he andando.

Las banderas y las fronteras son inventos que tienen que ver poco con el Evangelio. No dejan de ser muros que dividen y separan. En el fondo la verdadera patria es la que compartimos con la humanidad entera. Y, si algo tenemos que custodiar y defender es esta casa común a todos los hijos e hijas de un mismo Padre. Desde el espacio, las fronteras son invisibles, y las diferencias no dejan de ser geográficas. Las otras, las diferencias culturales, raciales, étnicas... no se ven, y si fueran visibles lo serían para mostrar una paleta enorme de colores capaces de conjuntarse en armonía.

Lo que sí es visible, de lejos y de cerca, son las diferencias en las posibilidades de vida digna. Lo que sí es visible es el abismo entre quienes viven a costa de otros, y quienes mueren por culpa de otros. Lo que es cada vez más visible son las diferencias que creamos y que hacen de los otros los enemigos. Y esas diferencias se esconden muchas veces tras banderas y fronteras: los de aquí y los de allí; los nuestros y ellos. Todo lo que sirve para separar y hacernos creer en diferencias de dignidad que tienen poco que ver con la dignidad humana de verdad. Esto no encontrará mi acogida.

Si hay algo por lo que merece la pena luchar no son las ideas, ni las banderas, sino la vida; la vida de las personas, de todas las personas. La vida posible y digna para todos. La vida humana. Aquella a cuyo servicio debe estar toda la sociedad, la política y la economía para construir el bien común -el de toda la persona, el de todas las personas- porque solo eso nos humaniza. Lo demás no dejan de ser inventos de ricos para seguir explotando a los pobres.



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